Vic Chesnutt

A ver si no me embrollo, porque, de repente, me han entrado ganas de decir muchas cosas y obviar otras y al final, acabaré, a trompicones, por decir las que no quería decir y olvidar lo que me había propuesto contar. Iba y voy a hablar de Vic Chesnutt, porque la última vez hablé de Ward y usé su nombre sin saber muy bien por qué. A la ligera, digamos, como hago muchas veces, y con la sinceridad no quiero librarme de la culpa. Había escuchado a Vic Chesnutt pero no con la debida atención. No sé si tiene algo que ver con mi mente descompensada e hiperactiva (aunque se me vea muy cómodo en el sofá) o es una consecuencia contemporánea que podríamos achacar a las listas de reproducción, los top hits, la comida rápida, los programas para intercambio de archivos y los concursos de televisión, pero, el caso, es que me da la sensación de que no conozco a ningún grupo ni lo he escuchado con la debida atención. Cuando era un chaval, había poco donde elegir, y me conocía de memoria el cancionero de Kortatu, Parabellum, Doctor Deseo y Pearl Jam en menor medida. Ahora, hablo de Ward, nombro a Chesnutt, y me doy cuenta de que si alguien me preguntara, solo podría hablarle de una canción que sí que escuché con la debida atención. Se titula Band Camp, no sé de qué disco es, si responde a un estilo o a un período concreto dentro de la larga, eso sí lo sé, carrera de Vic Chesnutt. También conozco otros detalles sobre su vida personal y profesional que estaban entre las cosas que quería obviar. Entre las que quería contar, solo estaba Band Camp. No puedo decir mucho más de Chesnutt y aún así me permití decir que me gustaba mucho más Ward, riesgos y privilegios de la libertad de expresión. No quiero redimirme porque no hay nada que redimir pero me propongo explicar por qué Band Camp es una gran canción. Primero, porque es distinta, única. Porque la historia que cuenta parece trillada, prototípica, demasiado particular cuando en realidad el estribillo, repetido hasta que gana sentido al final, la hace tan universal que su americanidad no impide que todos podamos sentir qué es lo que Chesnutt intenta decirnos detrás de una historia tan sencilla. Es especial porque la voz de Chesnutt es especial, y su fraseo, y cómo construye las canciones, con un aire parece que convencional y una estructura marcada pero con un sello extravagante porque es único. Sería difícil cantarla en el karaoke. La historia también invita a distintas interpretaciones, todas ellas literarias y demasiado formales (de o deformación profesional, ostias, ¡no sé cómo se escribe esta expresión!) que intentarían resaltar la profundidad y relevancia del género de los protagonistas, de la crítica social subliminal y del análisis temporal que libra la vulgaridad gracias a lo que precisamente la letra no puede comunicar. Y por eso, toda la sarta de chorradas que he dicho solo valen para acabar concluyendo que lo que da fuerza y magnitud a la canción es Vic Chesnutt, con su voz amable pero contundente, quebrada pero maciza y el impulso de una melodía que crece con cierto aire de alegría solemne y contenida.
Y, en fin, la música de Chesnutt suena por detrás mientras intento cerrar la entrada. Y lo único que se me ocurre decir es que me da igual que parezca que todo lo que he dicho suena a palabrería artificial. Me he liado, no he escuchado a Vic Chesnutt con la debida atención y soy tan víctima como culpable de los tiempos modernos y de los vicios que promueve más que de las virtudes que aún permite. Pero, aún así, sigo escuchando Band Camp y disfrutando como un niño, así que no he perdido del todo mi inocencia, ¿qué más se puede pedir?

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