Enséñame las tetes!



Hubo más, que no solo de porco vive el hombre, aunque se viva mejor.

Empieza aquí un relato costumbrista de un día en la vida de un festivalero vulgar y dormido. Porque las cosas como son, dormido estuve desde el principio. Me levanté a las 5:30 de la mañana porque tengo investigado el flujo de coches en el aparcamiento contiguo a mi lugar de trabajo (sí, por cierto, trabajo en la GrinKapital) y sabía que si no iba antes, me quedaba sin plaza. Encima, cuando llegué, era tan temprano que aún no habían abierto la cafetería. Tuve que sobrevivir media hora sin mi chute vital de cafeína. Medianías de la tragedia humana, lo sé. Aún así, sobreviví a esa media hora y al resto de un día que pasó con una lentitud tediosa. A eso de las cinco de la tarde recibí visita y todo empezó a acelerarse. Dejamos los bártulos en mi coche bien aparcado y, a paso lento, al cobijo de las mansiones burguesas que terminan junto a la oficina de Patxi López (el otro Patxi López, del que no volveré a hablar en esta entrada), caminamos bajo el sol como Gregory Peck y Jennifer Jones. Al llegar a la rotonda de Mendizorroza, se sentía el ambiente en barbecho. Ahí vi yo entrenar a Velimir Perasovic, quise decirle, pero en lugar de eso, hablamos del tiempo.

Al ver la cola, recogimos nuestras invitaciones (una experiencia vital como otra cualquiera, aunque fuera la primera vez) y nos sentamos en el verde a ver como la subcultura se transforma en coloridos códigos de vestimenta ritual. Aburridos, nos unimos a la fila justo a la altura del garito de los chavales de Laminados Arregui que, ya de madrugada, tendrían su merecida porción de protagonismo. Una vez dentro, seguimos los pasos tal y como vienen en el manual: cambiar dinero por fichas para apostar a la ruleta, buscar la barra para refrescarte con una cerveza, dar una vuelta para ver que nada ha cambiado y todo sigue en su sitio, y, después de hacer todo esto, ya puedes empezar.

De hecho, Si Cranstoun ya había empezado. El de Londres ya estaba subido al escenario. Nosotros lo llamamos el escenario grande, pero tiene nombre. Y el menos grande, como llamamos al otro, también tiene nombre. Y el pequeño, lo mismo. Los tres han sido bautizados con un nombre. Algo de lo que no me había enterado. Los tres llevan nombres de músicos fallecidos este año: el de uno de los mejores baterías de la historia, el de uno de los mejores falsetes de la historia y el de uno de los mejores raperos de la historia. Para nosotros, siguen siendo el grande, el menos grande y el pequeño.

Si Cranstoun sin su hermano ha cambiado el ska por el r&b. Elegantemente vestidos, sección de viento, voz de conservatorio y la gente con ganas de bailar. En lugar de bailar doo-wop, nos fuimos para las tiendas. Mientras ella miraba camisetas, yo repasaba los libros de Anti-. Nos quedamos revoloteando por el escenario pequeño, esperando a ver en directo a Dr. Maha’s Miracle Tonic.

Al entrar al festival, ya nos habíamos encontrado con el otro Patxi López, el que en lugar de oficina, tiene un bar, el que en lugar de recitar a Kirmen Uribe, toca la batería. Nos animó a que fuéramos a verles, pero ya lo teníamos decidido. Los Maha son ya una institución en el ambiente musical del botxo, pero la llegada de John Bolduan para tocar el banjo les ha animado a darle un giro a su propuesta y apuntarse a una revisión de la música de raíces americana. Con acompañamiento teatral y todo, se montan un espectáculo en el que se visten para la ocasión, aunque la violinista parece más tirolesa que tenesiana (no es una crítica, es un comentario chorra, más bien). Los Maha van de los solos de banjo a los de violín recorriendo el medioeste para vender un tónico milagroso que, si es que se lo han tomado, parece que sirve para hacer buena música. No es cuestión de barrer para casa, pero fueron de lo mejor de nuestro jueves festivalero.

Reconfortados, nos dimos media vuelta y volvimos al principio. Ya no estaba Cranstoun porque hacía ya unos minutos que habían empezado los Blue Öyster Cult y robaron público a los vendedores del tónico milagroso. Poco tiempo les dedicamos a los de Eric Bloom y acabamos por sentarnos casi al fondo, justo cuando sonaba el “Don’t Fear the Reaper” y, a la parca, no, pero al cansancio ya estábamos empezando a temerle.

Arrastrando los pasos, nos pasamos por el otro (a partir de aquí los escenarios serán éste y el otro, no me voy a volver loco) para ver de lejos y sin mucha paciencia a un Israel Nash Gripka que ya parecía chirriar en el festival hasta nominalmente. Su propuesta folky con algún arrebato rockero de factura clásica (cómo domino la terminología, amén) sirvió de descanso para muchos, aunque, como siempre, fanáticos en primera fila haber ya hubo. Le dejamos a medias y nos marchamos para ver a Twisted Sister, uno de los grupos más esperados de la noche, que, a nosotros, nos dejó igual que llegamos.

Sonaron contundentes y eficaces y le sacaron brillo al librillo de normas del género que practican. Quizás por eso, a nosotros, nos pasaron desapercibidos, pero, como hay que tener perspectiva, me fiaré de lo que dijeron los expertos, y se les puede poner buena nota. Nos sacaron el hambre, eso sí, quizás por tanta lengua al aire, y nos piramos a que nos engañaran con un kebab capaz de hacerte adelgazar. Nos quedamos en la ¿terraza? un rato, recuperando fuerzas para ponernos de pie y bajar a ver a Graveyard, que no sonaron mal. Con sus pintas de heavies psicodélicos, los suecos rozaron la gran fumada pero los abandonamos para apuntarnos a la gran mayoría y volver a subir la cuesta para ver a Status Quo, cómo no.

Bien, digo yo que bien. Un ejercicio muy digno y muy profesional, un sonido claro y alto, una puesta muy formal y uno detrás de otros los éxitos que en otros tiempos los convirtieron en lo que ahora son. El chiste malo llegó cuando me tocó turno para beber del katxi y le dije que aún tenían un polvo y todo. Con una sola mirada, me rebozó la gracia. El bis con las dos que se sabe todo el mundo lo vimos desde un costado, apostados ya para bajar a por más metal.

Y allí estaban los Steel Panther que no dieron nada que no se esperara. Que si no te gustan, cansan. Puede. Que verlos sentados desde el fondo lo desvirtúa. Seguro. Que son el tipo de grupo del que acabas hablando de las veces que han dicho pubis, de sus peticiones de tetas y de las tías que aceptan, más que de las canciones que tocaron. Pues también. La verdad es que no me acuerdo ni de cómo terminaron porque nos marchamos a ver a Pentagram, pero solo por decir que los habíamos visto. Media vuelta, al comedor al aire libre, un bocata para compartir y empezamos a calentar para el momento subrayado.

Ya sabes, aquí hay un salto en el tiempo. Un fundido en negro: lees la entrada anterior si quieres. Y cuando termina la entrada anterior, nos vuelves a ver subiendo, sin mucha fe, al “otro” escenario para ver a Dropkick Murphys un puñado de canciones, con versión de AC/DC incluida. La gente parecía estar pasándoselo de puta madre. ¿Tantos irlandeses o la gente es muy buena haciendo que tararean las canciones?

Ya enfilando el camino de salida, nos encontramos con algún componente porco y familia. Se alarga la despedida, pero sucede, que hay ganas de cerrar el día. Camino de vuelta, a paso lento, hasta mi plaza lograda de madrugada. Tras más de 19 horas en donde se hace la ley, cogimos el coche y da gusto: la ciudad vacía, las calles baldeadas, los semáforos en ámbar. Hasta nos paramos por Ibaiondo para ver las rosas blancas, y si esto te parece una mariconada, qué quieres, es lo que hay, ya me he puesto en evidencia con lo de Twisted Sister.

Ayer siguió la marcha y yo me la perdí. No he leído las crónicas, aunque he visto a Ozzy Osbourne bastante decrépito en la tele. Me hubiera gustado ver por fin a Willis Drummond en directo, pero habrá que seguir esperando. Y lo mejor, en mi opinión, venía hoy (ayer, sábado, que a este paso publico la entrada durante el BBK Live). No lo veré, pero así queda pendiente para verlos por separado: más conciertos, más emociones. M Ward, My Morning Jacket, The Brian Jonestown Massacre, Sallie Ford y Lynyrd Skynyrd… Ya se ve de qué pie cojeo, pero con todos esos, habría disfrutado a lo porco hasta de The Darkness. Y aún quedaban más cosas: Lee Fields, Frank Turner, Charles Bradley… Casi nada, pero yo en casa, todo para la próxima. Lo único bueno es que cené un sándwich vegetal con más calorías que el kebab del azkena.

¡Cuernos y hasta la próxima!

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