El cielo nublado



Seis y media de la mañana y aunque aún no haya amanecido, se ve el cielo nublado. Y el asfalto húmedo. Camino como si me diera más pena que pereza. Advierto los huecos: espacios donde en otro tiempo, había gente. Ahora tienen rutinas desempleadas. 
Sigue el quiosco iluminado. Se ve la plaza turbia. Las sombras se desperezan. La lluvia dibuja faralaes sobre los círculos de luz de las farolas. Y como no tengo ganas de trabajar, mi espíritu le infunde aún más pesadumbre a una mañana cualquiera en un día laborable vulgar cuando el trayecto urbano hasta mi plaza de garaje privado se convierte en una repentina oportunidad para brindar por mis miserias. 
Y entonces, la música que suena, me pega un calambrazo:


Ese estribillo del comienzo, como si tuviera una soga al cuello, me lleva de un tirón quince años atrás, cuando sobrevivía con la urgencia y la desesperación propia de mi edad, ajeno al optimismo, presa de la rabia y la indignación, de esas energías adolescentes mal encauzadas. Me posa, como si me vomitara después de fagocitarme, en medio de una pista de baile improvisada en el centro de un bar diminuto con serrín en el suelo, mucho humo, olor a humedad y un montón de siluetas que como yo, tienen más pelo, menos kilos, más elasticidad, menos ganas de estarse quieto. Y todos bailamos, movemos la cabeza, gritamos, nos golpeamos los unos con los otros, nos desvanecemos al mismo tiempo que nos hacemos corpóreos. Yo qué sé. Así que voy con el fall in, fall in en la cabeza, en el presente de madrugón que me traslada al pasado de madrugada, y ver a una mujer de mediana edad atareada limpiando un portal, me arrebata de la misma manera, pero me convierte la bilis plomiza en un chute de adrenalina que, no te confundas, para cuando llegue al garaje, ya me he cansado de luchar contra la mediocridad. 

Pero llego al coche. 
Y aunque había dado por sentado que me gustaban más los discos anteriores de Cloud Nothings, cuando Baldi pasaba de tener compinches si no era necesario, le doy otra oportunidad a los de Ohio porque hoy parece que me han salvado el día inoculándome el fall in, fall in en el coco. Y vuelve a ocurrir. Aunque esta vez no viajo en el tiempo. Lo hago en el espacio. Arranco, salgo del garaje, empino la cuesta, cruzo semáforos, libro las rotondas, supero la circunvalación, sus obras y sus misterios, llego a la autopista, me cubre la oscuridad y le doy al play. Y "Wasted Days" me sostiene en el presente, me devuelve a aquí y a ahora. Y cuando llega al tercer minuto y creía que lo había entendido todo, pierdo la noción, abro más los ojos, manejo el volante, uso los itermitentes, pero mi mente ha cogido la salida y durante los próximos cuatro minutos viaja por un limbo entre lo freudiano, lo kafkiano, lo proustiano, lo baldiano, lo garciano, lo messiano, lo osinagaiano, mariscaliano, marciano, iano, ano, no, o. El último minuto, no puedo evitarlo, reduzco, busco la cobertura del carril de la derecha, y golpeo tantas veces como puedo el volante mientras lo intento también con mi cabeza.


Y cuando termina... 
... digo buag. 
Y la vuelvo a poner. 
Para entonces, la señora ya habrá terminado de limpiar el portal. Los huecos seguirán vacíos. La ciudad ya ha empezado a despertar. Yo estoy apunto de entrar en otra y empezar a vacilar, a oscilar, a levitar, a malgastar mis días, aunque solo con estas madrugadas, merezca la pena hacerlo.

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