North by Northeast



Predata (es decir, no se si existe esto, pero vendría a ser lo contrario a una posdata, añadiendo información necesaria antes de que se necesite): el South by Southwest (SXSW) es, además de un certamen de cine, una conferencia internacional y una semana repleta de múltiples actividades, un festival de música que suele organizarse en Austin, Texas (en la foto), allá por marzo. Su característica principal es que, en unos pocos días, acoge más de 2.000 actuaciones en más de 100 escenarios distintos. La ciudad entera parece estar tomada por una avalancha de músicos que tocan, escuchan y se relacionan a partes iguales. Dejo un par de espacios... y empiezo:

Ayer, a su manera, Barakaldo parecía Austin, Texas, y las fiestas del Carmen una versión particular del SXSW. En unas pocas horas, coincidieron, se solaparon, o se dieron el relevo varios conciertos en distintos puntos de la ciudad. Si Toni Metralla y Los Antibalas estaban derrochando energía en la cueva de El Tubo, José Blanco departía estrofas en El Cuervo, los Maha cenaban antes de empezar su segundo bolo del día en el recinto de txoznas y The Brand New Sinclairs se subía muy muy alto, al enorme escenario de la plaza de Los Fueros, cuando el quintento que encabeza el Dr. Maha aún no había terminado su repertorio. Para cuando salió El Capitán Elefante, presumo que en algún otro punto de la ciudad quizás aún alguien estaba haciendo lo mismo que ellos aunque con otro tamaño y otro número de watios. Es una lástima y a la vez una alegría que ocurra esto. Probablemente la coordinación sea imposible y quién se va a quejar de que haya demasiados cuando el resto del año nos tenemos que quejar porque hay pocos conciertos... o ninguno. 
En realidad, Barakaldo y Austin no se parecen en nada, como no se parecían mucho Juan Tomás Martínez y Lance Armstrong, como no se parecerán ni un poco el SXSW y el Errekarock que están preparando los bares para las próximas fiestas del barrio de Retuerto. Ni falta que les hace que ninguna se parezca a la otra, aunque, ayer por la mañana, hasta el lugareño de Austin Kenneth Threadgill, yodeler, cantante y hombre de negocios, se habría divertido en una esquina del campo municipal de Lasesarre en Barakaldo viendo la actuación de un grupo local que no hubiera desentonado en el escenario del Dessau Hall de Austin durante los años 40. Si el mundo no es un pañuelo, al menos, sí que es divertido hacer aviones de papel con un kleenex y ver cómo aterrizan imaginariamente al otro lado del océano, ¿que no?
Y es que la maratón de conciertos empezó ayer con uno de Dr. Maha's Miracle Tonic en horario matinal y en el Rock eta Golak. Aunque lo matinal acabó convirtiéndose en meridional y no porque tocaran mirando al sur (creo que lo hicieron al este), si no porque yo me presenté a las 12:15 creyendo que el concierto era a las 12:00 y acabó por empezar cuando las manecillas del reloj apuntaban ya a las 14:00 horas. A nadie pareció importarle el retraso, así que me uní al buen rollo, me tomé un par de cervezas leyendo la prensa, enredando en el móvil (como un auténtico teenager de hoy en día) y disfrutando del aire fresco que llegaba furtivo desde las mareas de la ría.
Los músicos decidieron, sin mucho pensarlo, tocar en la calle, al cobijo del voladizo del graderío, mejor que dentro donde tenían un amplio y arrinconado escenario. Así que a la intemperie luminosa de la hora de comer, se reunieron junto al estadio de fútbol unas veinte personas que hicieron más complicada la actuación para la banda, porque al frente daba el sol y la mayoría optaba por seguir el concierto a la sombra de los costados. No era algo que pudieras reprocharles. El sol parecía ser el que más atento seguía el concierto y si no que me lo cuenten a mí: me traje gratis y de recuerdo un tatuaje a la altura de la manga corta que indica, con una línea roja, el lugar en el que la quemadura solar confirma que me vi todo el concierto de pies, de frente, y con deleite. Antes les he llamado grupo local, pero autóctono de la localidad fabril tan solo es el batería, Patxi (también en Paniks) quien tocó, esta vez, de pie (de pies, en pie, ¿son todas correctas?) una caja metálica que golpeaba con escobillas y una rubboard tuneada con un timbre de bicicleta y dos bocinas; con ambas armas en la cartuchera cubrió la percusión con soltura y provecho. Los otros cuatro componentes podrían ser acogidos pero rezan en los empadronamientos de otras localidades, me imagino: el guitarrista que es también voz y líder escénico, el contrabajo, la violinista y John Bolduan al banjo y con protagonismo danzante y vocal también. Ofrecieron un repertorio sin ninguna sorpresa más allá de los trucos de magia y la función zombie. Digo sin sorpresas para aquellos que les hemos visto más de una vez: repaso a su disco y las ya clásicas versiones de Chuck Berry, Bo Diddley y Sun Ra. Añadieron una nueva, eso sí. Cambió algo el orden y pequeños detalles que hicieron distinta la ejecución, pero como siempre ejecutan con una soberbia pericia y como sus canciones son sabrosas como un plato de judías después de un largo día de cabalgar por el desierto y rotundas como el eco de la recámara de un Single Action 1873 cuando detona en un salón de baile, pues por mí como si siguen trovando a los hipopótamos hipócritas y los dolores de cabeza burbujeantes el resto de su carrera musical, que tampoco creo que quieran.
Se quedaron allí de barbacoa, pero yo no. Tenía compromisos ineludibles como, entre otros, repetir ducha, como no, para estar presentable el resto del día. Y el día, ya casi la noche porque oscurecía, lo retomamos (ya iba acompañado de nuevo) intentando participar del tiroteo de los Toni Metralla y los Antibalas, pero fue imposible. Desistimos nada más intentarlo porque nuestra intención era observarlos como se observa a los leones en un safari y hacer mutis por el foro (o putis por el morro, como dijo uno) a la mitad y bajar a repetir con Maha, o Dr. Maha's Miracle Tonic o The Maha Experience, o cómo quieran que sea, en su sesión vespertina. Y no se podía. El Tubo estaba que no cabían más puños con cuernos. Toni Metralla y los Antibalas tienen tirón y tiran a quemarropa por lo poco que pudimos escuchar el rato que nos llevó acabarnos la cerveza en la terraza exterior mientras aprovechábamos lo que dejaba salir el abrir y cerrar de la puerta. Lamentamos al unísono y haciendo coro que no pudiéramos disfrutarlo y quedó como promesa para futuras oportunidades. 
Así que, a paso lento, cogimos el descenso de Juan de Garay para bajar al recinto de txoznas, tirando de la cuerda de un tercero que se nos apuntó al grupo pero que iba atendiendo al teléfono como si fuera un contertulio de la televisión, y en esto que nos paramos un rato en el Cuervo para ver al poeta barakaldés José Blanco concentrado en su faceta de cantautor. El bar no presentaba la audiencia del sábado pasado con Putakaska, pero olía igualmente a música. Escuchamos unos minutos y seguimos nuestro viaje hacia el reino de los katxis retornables y los bocadillos de panceta fresca. En lugar de a los Maha, que andaban cogiendo energía, nos encontramos con que, en la Gran L, la música la ponía una fanfarria de camisetas amarillo chillón. Media hora más tarde, cogieron sus vientos y percusiones y enfilaron mar adentro. Al mismo tiempo, los cinco forajidos de esa misma mañana, otra vez ataviados con sus pantalones de tergal, tirantes, corbatas de lazo y demás complementos de época, ya se habían subido al escenario enmoquetado y estaban ansiosos por empezar. Repitieron lo de la mañana, sin truco de magia, con algo más de urgencia, y ante más público. Un público más variopinto también: hubo niños que hacían volteretas, hubo un momento en el que parecía haber más perros que dueños, hubo infiltrados, merodeadores, extraviados, curiosos y fans, músicos atentos, alguno que repetimos con tozudez, y comentarios hasta graciosos: "¡hay qué banda más simpática!" (Mario Bros funciona y la peña se estimula viendo al cantante golpearse los cachetes) o "¡ah pero son de Barakaldo!".  Todos vimos (los que se quedaron hasta el final) como terminaron sudados tocando una vez más la versión del "Love in Outer Space" de Sun Ra.
Sin tiempo para deglutirlo, nos pusimos a caminar cuesta arriba hacia la Herriko Plaza. Llegamos arrastrados por la voz de Ana Sinclair que bajaba rodando por Juntas Generales. La batería de Birdie Sinclair parecía rebotar por los soportales de la plaza y nos dio tiempo a escuchar un puñado de canciones de los Brand New Sinclairs. Les noté frescos, pero no sé si un tanto incómodos, ante unas medidas que no diré que les sientan grandes, pero no mejoran la vigencia de su música, desenvuelta y taimada, ya suene en la taiga, la tundra, la selva tropical, la estepa o la sabana, pero que, a mi parecer, suena mejor en las distancias cortas, como los hombres que usan perfume varonil. Por cierto, llegamos a tiempo de escuchar, al menos en mi caso, por tercera vez una versión del "You Can't Judge a Book by the Cover" de Bo Diddley. 
Nos habíamos quedado solos los dos miembros masculinos y decidimos justo ir a coger más víveres cuando salió a escena el Capitán Elefante, que, en realidad, no es solo uno, si no seis o más, no supe contar cuántos con tanto humo vaporizado. Había leído, por supuesto, porque no se nace sabiendo, que El Capitán Elefante era Javi Marcos, líder de Arde Asia, intentando librarse de la maldición que siempre he oído que arrastraba este grupo barakaldés. Luego he leído más y por la red he encontrado información de que Zubelzu, productor detrás de muchos secretos bien guardados hasta que asoman (como Belako, si no me confundo), le propuso al guitarrista y cantante aprovechar su madurez como compositor para darle un nuevo rumbo a su carrera musical. Se produjo el cambio nominal y un nuevo enfoque más cercano a eso que algunos llaman "power-pop" y otros lo culminan añadiéndole el comodín más habitual: "power-pop-indie". El caso es que sonaron a La Habitación Roja por las guitarras aunque con menos gancho y vigorosidad, a Deluxe en algunas inflexiones, a Doctor Deseo en los fraseos, a Carlos Tarque en esos pareados de rima consonante y redundante y hasta a algún hype británico al que no conseguimos ponerle cara (o nombre): ¿The Pigeon Detectives? Son músicos con bagaje y destreza que buscan canciones de estribillos pegadizos y con guitarras vivas y dinámicas. Aún no he escuchado su disco completo, pero supongo que ganará con el tiempo y las escuchas. Ayer era muy tarde y había hambre y no fuimos capaces de aguantar hasta el final. Los ruidos del estómago se oían más que la distorsión de sus guitarras y optamos por una huída respetuosa, sin que se notara. He leído por el facebook, que no tengo pero visito en pos de este tipo de información, que acabaron satisfechos con su bautizo frente a la parroquia que les vio nacer y eso me alegra, igual que me alegró ver a mucho veterano cerca aunque a alguno les moviera más la curiosidad que la fraternidad. 
Y con ellos se cerró el North by Northeast y yo me fui para casa. Así de repentino, cierro también esta entrada porque bastante larga me ha quedado ya la chapa y empiezo a cansarme, lo confieso, de tanto texto en primera persona, tanto juicio caprichoso y tanto sinónimo pretencioso. Del rock, en sus distintas mutaciones, no me canso, así que supongo que volveré por aquí para llevarme la contraria y fustigarme un poquito más. 

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