Penalties, bares y recuerdos musicales



Advertencia: por eso pongo de postal, al principio, una pegatina de parental advisory, como hacen los americanos para avisarte del contenido supuestamente agresivo de ciertas letras. Esta entrada contiene un relato inicial demasiado largo y algo sentimentaloide que muchos preferirían no leer (yo casi preferiría no haberlo escrito, pero he aprendido a vivir conmigo mismo), así que, advertidos quedáis, si no os va la flama ni las ñoñerias, pasad de todo esto. 

El sábado tocó Sociedad Alkoholika en el mismo sitio en el que sucede lo que quiero contaros. Pero debemos hacer un esfuerzo, e imaginarnos que se puede viajar en el tiempo, como en los conciertos de Distorsión. Incluso, podemos aprovechar la ocasión, y utilizar los tiempos dorados del punk barakaldés para contextualizar la historia, porque mientras yo crecía rollizo, ingenuo y alelado, toda esa caterva de adictos a los compases rápidos y las guitarras amplificadas andaba pululando por los parques de Barakaldo y los sótanos de los quioscos de música. 
Y yo también pisaba los parques, pero para perseguir un balón aunque siempre llegara tarde o imaginarme que la chica guapa y resuelta que jugaba a la comba me miraba a escondidas, que en realidad lo hacía, pero probablemente para compadecerse del lamparón que me había dejado en la pechera el frigopie de turno. Volviendo al concierto de SA, por entonces, en aquellos días en los que yo aún contaba con una mata de pelo considerable y un dulce candor que me coloreaba los mofletes, el recinto en el que, el pasado sábado, se apelotonaban un buen montón de jóvenes predominantemente vestidos con camisetas negras con tipografías barrocas y de sangrientos colores, era entonces un concurrido campo de lo que llamábamos futbito en el que transcurrió la historia que os quiero contar. ¿Cómo llaman ahora al futbito, por cierto? Detrás, el frontón seguía en el mismo sitio, pero no tenía cubierta, había una rampa al fondo y un montón de peldaños junto a la gradería donde hacía solo unos días había confirmado mi posición en la cuadrilla al intentar bajar las escaleras montado en mi BH California para acabar celebrando que me quedaran todos los dientes sanos y la bicicleta de una pieza, después de despeñarme como un inglés borracho detrás de un queso huidizo. Los aplausos de mis amigos dolieron, pero no tanto como las lágrimas y los aullidos de risa. El viernes en el concierto de Distorsión era capaz de cerrar los ojos y aún podía oír las risas de mis amigos por encima incluso de la música.
No me voy a poner melodramático, tampoco era de los que elegían último al hacer los equipos. Penúltimo, sí, pero con eso bastaba. Generalmente, jugaba de medio estorbo, estorbo para mis compañeros más que para el rival, y, a veces, de delantero centro zoquete que es una posición ventajosa en la que se corre menos y te meten más collejas. Pero, cuando el partido iba en serio, me tocaba de portero o de portero reserva. Y aquel día, el día era soleado, festivo, los niños habían crecido como de una tomatera y se había organizado un partido de los que podían marcar época. Más que nada porque se enfrentaban dos barrios, había chicas aburridas sentadas en los bancos, y hasta adultos extraviados creyendo que podían aprovechar su mañana apostándose en la baranda de banda. Vamos, que te temblaban las canillas y en mi caso las canillazas. Me tocó de portero. Con el sol de frente. Con el ambiente caldeado. Con el valor perezoso que aún no había descubierto hundido entre los adorables pliegues de mi barriguilla. 
Los primeros minutos todo iba bien. Éramos mejores que ellos, aunque, en realidad, igual de malos, y casi todo el juego ocurría en el medio campo, lo suficientemente lejos para que controlara mi taquicardia. Apenas se asomaron un par de veces por mi habitación y ambos balones fueron fuera con lo que pude lucirme haciendo lo que mejor sabía: ir corriendo a recoger el balón y pasárselo bien al primero que fuera, y aplaudir después con ánimo, como demostrando que mi compromiso y mi liderazgo eran una parte fundamental del equipo. Mientras tanto, hasta marcamos un gol, lo celebraron olvidándose de mí, y yo me divertí viendo a los pájaros cruzar el campo en vuelos bajos o metiendo tripa cuando creía que una de las chicas se había confundido y miraba hacia mi portería. 
Todo iba así de bien. Y se torció, claro. El mejor de los nuestros se lesionó. Y la lesión fue de las graves. Apareció su madre gritándole no sé qué leches y se lo llevó a casa de una oreja. En su lugar, salió uno del que hasta me podía mofar yo, así que fíjate. El partido cambió de color, también mi cara, y empezaba a haber tanta gente y tan amenudo alrededor de mis confines que tenía el corazón en la boca y me puse a masticarlo porque sabía dulce como el azúcar glass. Un balón casi se estrelló en mi cabeza, pero finalmente eligió el poste. Yo, por si acaso, ya me había dado la vuelta para cubrirme. Aprovechando un descanso de tanto ataque a quemarropa, suspiré y miré hacia algún lado donde, oh, por dios, lo que faltaba, me encontré a mi padre. Tenía los codos sobre la baranda, así que no se iba a ir, y me saludó con una sonrisa calmada subiendo el mentón. Un montón de ganas de salir corriendo de allí me entraron. Tantas que, en lugar de hacerlo, me quedé quieto, justo cuando volvían los vaqueros con un toque de corneta y todo, intentando apoderarse del campamento indio en el que había convertido mi baluarte. El balón salió escorado, pero alguien dijo que otro lo había tocado y era córner. Los rivales se daban codazos a mi vera y oí a uno que le gritaba al que iba a centrar, ¡métela rasa que el gordito no se agacha! El gordito era yo, por si no lo pillais. Y el gordito se agachó. El gordito encontró eso que llaman valor debajo de eso que llamé pliegues y se agachó cuando la mandó rasa, y se tiró deslizando cuando, en la siguiente jugada, el mismo bocazas se quedó solo contra él, y salió de puños en el próximo córner, y despejó balones, recibió uno en la jeta, se encaró con el hijo de la Petra, y hasta, te lo creas o no, paró un penalty que hubiera empatado el partido y nadie se olvidó de él cuando hubo que celebrarlo. Así, como te lo cuento. 
Vale que el penalty estuvo muy mal lanzado. Vale que, al final, con tanta amenaza, empujón y conato de bronca, casi ni que jugamos la segunda mitad. Vale que yo no metí gol y volvieron a elegirme penúltimo en la siguiente ocasión, pero yo salí de aquel lugar en el que hace un par de días tocó SA como si acabara de crecer diez centímetros, adelgazar diez kilos y madurar los diez años que aún me quedaban para conseguir esas tres cosas. Pasé hasta de las chicas y los colegas, fui directo a mi padre, quien había rodeado la balaustrada y me esperaba junto al quiosco de los periódicos. Aún hoy, me imagino la escena como un episodio bucólico y enternecedor. Me imagino mi sonrisa y mi voluble ingenuidad revolviéndome el pelo sudado. Llegué a la altura de mi padre y su sonrisa era algo impagable, me dio un manso golpe en la mejilla y me dijo vamos para casa. Yo me sentía más henchido que el día que le gané a las damas al abuelo aunque se dejara ganar.  No podía dejar de hablar:
- ¡Hemos ganao!
- Ya he visto ya.
- Has visto el penalty, ¿no?
- Sí, muy bien.
- Jope como dolía tú.
Carantoña en lugar de comentario. Y sigo hablando yo:
- Igual por fin tengo posición, ¿no?
- ¿Cuál?
- De portero. Que igual puedo jugar de portero, ¿no?
Un silencio ingrávido, como el que queda después de una ráfaga de viento. 
- Tú, cariño, lo que tienes que hacer es dedicarte a estudiar, ésa es la posición que mejor se te da. 
Otro silencio. Éste, como el que queda después de caer una placa de mármol de más de sesenta kilos. 
Por favor, no nos equivoquemos, mi padre fue una persona generosa y de un corazón aún más dulce que el azúcar glass que trabajó toda la vida juntando piezas con un electrodo. Su comentario no quiso ser hiriente, no fue la maquinación de un padre severo o insensible, fue un cordón de soldadura como los que él hacía con su varilla metálica en el taller, y que nos unió como dos piezas fundidas. Entonces, por supuesto, no lo quise ver, pero no me costó adivinarlo. 

He contado esto por dos razones. Una, porque me apetecía. Porque las fiestas del Carmen, que hacía mucho que no vivía con tanta intensidad, me han despertado la memoria más emocional. Otra, porque este blog es así y quería dejarlo claro. Hablo de música sin saber lo que es un compás, creyendo que una corchea es un tipo de cierre para camisas vaqueras, sin haber escuchado toda la discografía de Camper Van Beethoven, pensando que porque un día vi en concierto a Jimmy Johnson se me puede olvidar que de pequeño me molaban los Hombres G. Más sentimental que riguroso, más literario que musical, más supérfluo que profundo, más desechable que las compresas, este blog ha tenido cierto eco durante esta semana en la que me he dedicado a glosar los conciertos que he tenido el placer de ver en directo y quería que quedara claro que, mientras veo a Distorsión, en lugar de discernir si están bien afinados, puede que, aunque me veas mirando muy atento al escenario, lo que esté ocupando mi cabeza sea, en realidad, el recuerdo de un niño queriendo hacerse el chulo con su BH California. 

Precisamente el sábado, si yo entendiera o pudiera entender, habría estado en Getxo o en Vitoria-Gasteiz. No habría vivido el 20 de Julio en los bares de mi pueblo, y, sin duda, me habría preocupado de aprovechar el cierre del festival Getxo & Blues para ver en directo al bluesman blanco por excelencia, el artista de la armónica, Charlie Musselwhite, aquél en quien dicen que se basaba el personaje de Dan Akroyd. Más aún cuando venía acompañado del nieto de R.L. Burnside, Cedric Burnside. Y si no, habría hecho setenta agradables kilómetros para presentarme en el polideportivo de Mendizorrotza y ver al ganador de 20 grammys, el pianista Chick Corea, apoderándose de los cambios de intensidad del flamenco para fusionar su arte con el del guitarrista Paco de Lucía. Ni lo uno ni lo otro. Yo, y sin arrepentirme de mi decisión, me quedé a diez minutos de casa a pata para ver a Miopía en concierto y bajar después a revivir los noventa con el concierto de Los Dalton en una esquina del campo de fútbol municipal. Más aún, en lugar de subir luego a casa y encerrarme en mi habitación a escuchar discos viejos de vinilo mientras sueño con ser el próximo Lester Bangs, me quedé en el recinto de txoznas bailando lo mismo a Tequila, que a Betagarri, que a Georgie Dann.
Y no me arrepiento, digo. Y no me ha costado descubrirlo tanto como me costó entender que lo que me dijo mi padre aquel día era el abrazo más grande que me podría haber dado jamás. Disfruté del concierto del Señor Verde y Félix Vinagre con la misma ingenuidad de la que hice gala en aquel partido de futbito, pero con un trasiego de años y experiencia vital que me permitió entenderlo antes. Cuando desde la barra alguien que entiende gritó ¡esto es punk! no dijo nada que no fuera cierto, dos tíos que tocan rápido y a cuchillo, guitarras que se desafinan, letras llenas de humor y de una amargura tan tamizada que se hace dos veces verdad, si es que eso puede ser. Fue divertido a más no poder, con un Señor Verde que tiene la ironía en sintonía con un humor afable y venturoso. Creo que no llegábamos a diez, y tampoco es que aquello se convirtiera en un sortilegio de penas y vicios, pero mereció la pena el vicio de la música. Igual que, y ya aprovecho, ha merecido la pena toda la oferta musical de este bendito bar (Tubo, lo llaman) que permanece en la orografía de Barakaldo como si tuviéramos una colina con un castillo medieval en lo más alto. Me perdí a Bugatti, a Toni Metralla y Los Antibalas (lo intenté), a los Derringers, a Lapidación Laser y a otros, pero de todos me han llegado buenas nuevas y de los que yo vi, y que ya he dejado aquí por escrito, no queda nada más que agradecer que mantengan con vida la venerable tradición de la música cruda, urgente y visceral que generalmente suena mejor en un pequeño bar que en un estadio cubierto. Se merecen una ola, como cantan ahoran las jóvenes beodas, esos dos apandadores que han cubierto, una vez más, un hueco insalvable en la oferta musical de nuestro pueblo. Y, por supuesto, también el resto de hosteleros, promotores o urdidores de postín, que han hecho una apuesta arriesgada en la ruleta de la música en directo.
Y hablando de apandadores, del Tubo nos bajamos al Rock eta Golak porque no queríamos perdernos el regreso de Los Dalton, una banda que en los noventa hizo zas! y luego desaparezco a tu lado, que cantaba la Rosenvinge, si no me equivoco. Veinte años después, volvió el punk rock de Barakaldo cubierto de un vapor muy humano que desprendían las axilas de todos los que nos cocimos allí dentro. Certeros y a la yugular, no llegué al comienzo y me fui antes del final porque estaba sudando más aún de lo que sudé en aquel dichoso partido del que ya os he hablado. Pero mereció la pena, igual que mereció la pena parar aquel penal. Igual que fue un guiño trascendental que el concierto de Los Dalton tuviera lugar en una esquina del nuevo campo de fútbol municipal, ése que mi padre, culpable de que yo ahora tenga carné de socio, no llegó a conocer, pero en el que cada domingo, cuando suena el himno, aunque ya me haya acostumbrado, no puedo evitar acordarme de él. También lo hice el sábado. Porque veinte años no son nada, y diez menos. Y la música lo es todo: Charlie Musselwhite, Cedric Burnside, Chick Corea, Paco de Lucía, Miopía o Los Dalton. Hasta Georgi Dann. El rollo es intentarlo más que conseguirlo, ya hable de parar penalties, de bajar escaleras con bicicletas, de ser padre, de tocar la guitarra o de hablar de quien la toca. El rollo es intentarlo.  

Comentarios

Raúl ha dicho que…
Joder... Me lo he leído todo... Mreezco que me regales un balón Mikasa o una camiseta de portero Arconada Style... (y es que de los SA paso, quizá los Distorsion me hubiese molado, pero ya no voy a volver a darle atrás al navegador para pedírtelo, pero, conste, tb leí la crónica, con cierta envidia porque ese día yo tenía que haber estado en Lasesarre rememorando las hazañas punk que me contaban mis hermanos cuando yo era un puto moco... )

Ale, sigo tirando scroll pa'rriba...