Página 244



He'd returned from Florida feeling equally averse to sex and to music. This sort of aversion was new to him, and he was rational enough to recognize that it had everything to do with his mental state and little or nothing to do with reality. Just as the fundamental sameness of female bodies in no way precluded unending variety, there was no rational reason to despair about the sameness of popular music's building blocks, the major and minor power chords, the 2/4 and the 4/4, the A-B-A-B-C. Every hour of the day, somewhere in greater New York, some energetic young person was working on a song that would sound, at least for a few listenings -- maybe for as many as twenty or thirty listenings -- as fresh as the morning of Creation.

Jonathan Franzen, Freedom (2010)

Había vuelto de Florida sintiéndose asqueado lo mismo con el sexo que con la música. Ese estado de repulsión era nuevo para él, pero aún podía pensar con la suficiente lucidez como para reconocer que tenía poco o nada que ver con la realidad, y mucho con su estado de ánimo. De la misma manera que las semejanzas que guardaban entre sí todos los cuerpos femeninos no podían negar la infinita variedad, tampoco había una justificación racional para deprimirse con la repetitividad de los componentes de la música popular: los acordes mayores y los menores, los ritmos 2/4 y 4/4, el patrón A-B-A-B-C. A cada hora, en algún lugar del gran New York, algún joven resuelto trabajaba en una canción que sonaría, al menos por unas cuantas escuchas -- con suerte durante las primeras veinte o treinta escuchas -- tan original como el día de la Creación.

Mía (la traducción, digo, con todas las consecuencias) (2013)




Este verano, he leído Freedom de Jonathan Franzen.
Partía con prejuicios, como todos los que se creen más listos de lo que realmente son, porque había leído tantos elogios que me olía a chamusquina. Chamusquina es una palabra sugerente, ¿a que sí? La Chamusquina... Suena a personaje femenino de Juan Marsé o a chiringuito de playa o al último hype catalán de rumba popera. 
El caso es que me la leí. 706 páginas en mi versión de bolsillo, se dice pronto. Una tras otra.
No sé si alguien se acordará. Hay un momento en El guardián entre el centeno en el que Holden Caulfield está hablando de un libro que anda leyendo (Memorias de África de Isak Dinesen, para memoria la mía, que solo recuerda lo que no necesita) y da su definición personal de lo que es un buen libro: aquél que, cuando terminas, desearías que el escritor fuera amigo tuyo y pudieras llamarle por teléfono cuando se te antojara. Cuando terminé de leer Freedom, no es que me entraran ganas de pegarle un toque a Franzen, pero sí que me pasé unos cuantos días preguntándome qué estarían haciendo en ese momento Patty, Richard y Walter. Como si los Berglund existieran de verdad y, como si, además, lo que estuve leyendo hubiera ocurrido en paralelo a la lectura. ¿Tú te crees? Pero entiendo que esa chifladura quiere decir que la historia que Franzen traza en setencientas páginas acabó por cautivarme. 
Ya les he nombrado: el matrimonio Berglund y su amigo Richard Katz, ellos, junto con el resto de la parentela y algún invitado más, son los protagonistas principales y el eje de la crónica demoledora con la que Franzen repasa la intimidad de un familia y, por extensión, la de un país. 
Y Richard Katz. Líder de los Traumatics, primero, y de Walnut Surprise, después, acaba incluso por tener carrera en solitario, le nominan a los Grammy, Jeff Tweedy y Michael Stipe confiesan su admiración en la novela, folla y bebe sin parar, cae en desgracia, vuelve a su trabajo proletario, pero siempre intenta mantener intacto su espíritu independiente y sedicioso, casi misógino. Es un personaje de ficción, pero puedes encontrar páginas en facebook dedicadas a sus dos grupos, y el propio Jonathan Franzen, en la página web oficial de Oprah Winfrey, publicó, en su día, una playlist que, según él, habría podido elegir el propio Richard Katz: Iggy Pop, Gang of Four, The Go-Betweens, Jonathan Richman and The Modern Lovers, Graham Parker and The Rumour, Velvet Underground, Mekons, Au Pairs, Mission of Burma, Roxy Music, The Kinks, The Raincoats, Johnny Cash y Sonic Youth. Ésos son los elegidos.
Katz se supone un músico autodidacta que practica un post-punk ruidoso que luego irá derivando en sonidos más accesibles. 
No voy a destripar la novela ni a ejercer de crítico, ni tan siquiera voy a seguir hablando sobre qué le ocurre, o le deja de ocurrir, a Richard Katz y a sus amigos los Berglund. Solo quería centrarme en esa cita de la página 244 que me llamó la atención y me obligó a dejarla señalada mientras seguía leyendo la novela. Por cierto, que la dejé señalada con el recibo de una cena en el Telio Perfecto Ristorante: 46.82 dólares, impuestos incluídos pero no propina, por un plato de espaguetis con salchicha italiana, linguine a la carbonara y dos vasos de sangría. La cita, sí. 
Lo primero que me atrajo fueron los argumentos que Franzen (o Katz, me da igual) apuntaba para reflexionar sobre la uniformidad o la rigidez de los patrones que configuran la música popular. Obesionado por entender el misterio de la música, me pasé unas cuantas horas conectado a internet intentando comprender qué quería decir con 2/4 y 4/4, pretendiendo aprender música en un pis-pas a través de los tutoriales amateurs que aficionados y profesionales cuelgan en el youtube, para acabar desesperado y convencido de que, por mucho que me empeñe, jamás tendré ni oído ni sentido del ritmo ni capacidad para discernir lo que aprecio. Tampoco es que me obsesione, pero me huele a descargo que persista en mi inclinación por subrayar los aspectos menos técnicos de la música de la que hablo en este blog: la única razón parece ser que quiero ocultar mis carencias, ¿verdad?
De todas formas, dejé la factura del restaurante en el mismo sitio y seguí leyendo, y luego volví otra vez a esa página y leí de nuevo la cita. Me la soplaba un poco que no alcanzara a descifrar la ingeniería musical, porque, al leerlo otra vez, entendí que lo que me llamaba la atención de la cita era algo más abstracto y universal: sameness, lo llama Franzen.
¿Cuánta gente sigue interpretando la misma canción que hemos oído miles de veces? Cambia la letra, algún acorde, la tonalidad o la instrumentación, pero lo hemos oído antes. Miles de veces. ¿Por qué nos sigue atrapando el ritmo de nuevas canciones que, en realidad, son igual que las viejas? ¿Cuántos chavales siguen aprendiendo a tocar la guitarra mientras sueñan con emular y, al mismo tiempo, con hacer algo distinto? ¿Es eso posible? Dice Katz que en algún lugar de Nueva York, a todas horas, alguien intenta crear algo que parezca nuevo por lo menos durante veinte o treinta veces. La cita encaja dentro del espíritu extremista y descreido del personaje y, al mismo tiempo, desliza la verdad sobre su propia tragedia, sobre su lucha personal con una conciencia que parece no dejarle ser feliz (ni libre) en plenitud: se anticipa a su propio éxito y a su propio fracaso. Confiesa el embuste sin querer admitirlo del todo. 
Hace mucho tiempo, un día que se hizo muy largo y acabó por confundirse con el siguiente, andaba yo subido a un tejado, viendo el momento preciso en el que se terminaba un día y empezaba el otro, o lo que comúnmente llamamos amanecer, mientras hablaba, sin muchas ganas, con un amigo al que mantendré en el anonimato. Habíamos estado, como merecía la ocasión, hablando mal de alguien a quien también mantendré en el anonimato. Entonces, y si no fueron estas palabras, fueron otras parecidas, entre los dos, construimos este diálogo que podría haber estado en alguno de los párrafos que descartó en sus revisiones Jonathan Franzen:

- Y lo que me revienta es que el gilipollas de él parece el hombre más feliz del mundo. 
- Todo el mundo parece más feliz que tú y yo. 
- Y es un puto imbécil que no tiene dos dedos de frente. 
- Como tú y yo...
- Sí, pero él, es...
- Quizás es más listo que nosotros dos juntos. 
- Si tú lo dices...
- No, de verdad, quizás ése es el secreto. No pensar. 
- ¿Cómo?
- Piénsalo: no pienses. 
- Vete a tomar por culo. 
- No, de verdad: cuantas menos preguntas te hagas, menos respuestas necesitas. Más felicidad. 
- Matemáticas puras, ¿no?
- La vida. Pura y dura. 
- Su hermana sí que me la pone dura.

Y ya cambiamos de tema. 
Aún tengo la cita señalada en el libro, con el trozo de papel que me dieron a cambio de 46.82 dólares. Quizás es mejor no pensar en... ya sabes, the sameness. Y no hablo solo de la música popular. Pero hablando de la música popular: ¿a quién le importa que todo lo hayan tocado ya antes, durante todas las decadas de la segunda mitad del siglo XX? ¿A quién coño le importa que ya lo hubieran hecho antes, si los que lo siguen haciendo ahora consiguen que te tiemblen las piernas o te entren ganas de llorar, gritar, bailar y vivir? Supongo que a mí, no. O sí. Voy a dejar aquí colgada la factura del ristorante, para acordarme, y ya si eso, vuelvo otro día y me decido, ¿eh?




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