Spoiler alert: Grooowth!!!



- Escucha, escucha cómo suena la caja. Eso es rock and roll.
Yo asiento.
No digo nada. Se está bien aquí. Fuera llueve y hace frío, así que se está incluso mejor: un cigarrillo para amarillear los dedos, una cerveza, compañía para llevar la contraria y el último disco de Porco Bravo.

Supongo que lo primero es confesarlo: lo he escuchado ya una media docena de veces...
¡Digresión! Sigamos con las confesiones: por razones que se me escapan pero respeto, esta entrada se escribió hace varios días, pero no se ha publicado hasta hoy. Por ello, ya no es "una media docena de veces" porque, después de escribir la entrada, lo he vuelto a escuchar otras tantas, algunas por placer, sí señor, por puro placer. 
Hoy, por ejemplo (éste es el hoy del que os hablaba, el que tiene más de ayer que de hoy porque hacía y sigue haciendo referencia al momento en que lo escribía y no al momento en que lo publico, pero no me apetecía ponerme a reescribir este párrafo denuevo, primero porque soy vago, segundo, porque no lo soy y tengo otras cosas que hacer, tercero, porque me gustan estos paréntesis tan largos que hacen peor la solución que el problema y demuestran que soy un puto inepto; como decía, hoy por ejemplo...)... lo he vuelto a escuchar. Lo he escuchado caminando bajo la lluvia a las seis y media de la mañana, en dirección al garaje. Todo muy poético, pero, al mismo tiempo, muy prosaico: me cruzo con currantes que llevan la comida protegida dentro de una bolsa de plástico del supermercado, con los cuellos subidos para evitar las cuchillas heladas del viento. Lo he escuchado mientras conducía. Todo como muy épico, aunque los radares me obliguen a ir a ochenta y la lluvia no me deje bajar una capota que, en realidad, mi coche no tiene. Lo he escuchado currando. Sentado en mi puesto de trabajo. Todo muy castizo, escaqueándome, sin ánimo de empezar la jornada. También de pie, junto a la ventana, viendo nevar y tarareando en voz baja.
Ya te he dado mi opinión del disco, pero no te has enterado: a medio camino entre lo extraordinario y lo rutinario. Ni poético ni épico, pero ambos. Con motores que rugen pero sin capotas. Mucho curro y mucha zurra. La historia de un currante que madruga y la de un héroe que trasnocha. Y déjate de chorradas: al final, te das la vuelta, desenchufas, y cuando estás en el baño apuntándole a la mosca, te das cuenta de que lo estás tarareando de principio a fin.
Yo nunca he grabado un disco, así que solo puedo suponer que dicen la verdad cuando dicen que es más difícil el segundo. Después del "Grooo!!!", tras una gira interminable que le puso muchas más oes y exclamaciones al disco, solo puedo suponer que debía de ser todo un reto volver a encerrarse en la cabina del estudio.
Un desafío.
Y, precisamente, así empieza el disco, con un desafío instrumental de dos minutos, guitarras a lo Status Quo sin permanentes pero con stetsons, batería marcial e inquietante, y una latente promesa escondida detrás de una espesa nube eléctrica. Una especie de brío controlado que se fusiona con la primera canción. Esta primera canción funciona como una declaración de intenciones, con el ímpetu que han acuñado pero tamizado, con pulso, espontáneo, sin impostura.
Antes de que sigas ya te lo han dicho por activa. Te lo han dejado claro, para que te quedes con la copla de que el algodón no engaña y a Porco Bravo no les gusta el algodón de azúcar. Con una intro sin vocales ni consonantes y una canción-proclama, ya tienes el nervio que debes pulsar para seguir escuchando el disco. Sin descanso.
El disco, si fuera un libro, debería escribirse como hizo Jack Kerouac con el suyo, arreglándoselas para mecanografiar sobre un rollo que le permitía no perder el tiempo empujando el carro de su underwood. Lo digo porque, sí, no hay descanso. Pasas de un riff a otro sin poder respirar; si te descuidas, te han dado la puntilla con un nuevo punteo. Los estribillos se repiten sin miedo al vértigo. La batería podría ponerle música al desembarco de Normandía. Y hay un bajo ahí al fondo que tiene el mismo fundamento que el punto de apoyo que pedía Arquímedes para mover el mundo.
Poniéndome serio, y si a alguien, empezando por ellos mismos, le importa lo más mínimo qué coño tengo yo que decir sobre el nuevo disco, debería resumir mi impresión general en tres zarpazos: un sonido cojonudo, una madurez alarmante y reválida aprobada.
En otras palabras, que el disco sorprende porque parece sólido y hasta sofisticado. Manda cojones, sofisticado dice. Pues sí, ipse dixit.
En lo físico: portada elegante, título homónimo (solo los grandes se permiten eso sin ser su primer disco, además queda de puta madre decir homónimo, aunque suene a homínido, o quizás por eso), piel de cuero, equilibrio en el minutaje...
En lo etéreo: un sonido pulido con cera (sube el volumen hasta arriba que lo resiste), donde la batería retumba, las cuerdas azotan y a la voz se le ve hasta la campanilla; un estilo ratificado y bruñido, y una madurez que se refleja en la música, pero también en las letras.
Vamos que, si lo escuchas con ganas de tocar los huevos, dirías que se han hecho mayores, siguen haciendo lo mismo y se han dejado el esfuerzo en la producción y la maquetación.
Ahora, si de lo que tienes ganas es de tener tres dedos de frente, entonces, recapacitas y lo que dices es que se van curtiendo, han encontrado su camino y, además de eso, tienen tiempo para tunear el resto, que también forma parte de este invento.
La sensación general es que el disco es más maduro porque la música resulta más convincente y robusta; la estructura de las canciones y hasta su calibre parecen lo mismo de siempre (ritmo, riff, estribillo, solo), pero tienes que aceptar una segunda escucha, y aguzar el oído, para verle las costuras a un traje que, de cerca, además de cubrir, realza su silueta. Por si no era suficiente, las letras siguen siendo decididas y querellantes, pero hay una vuelta de tuerca por la que asoma una reflexión más juiciosa y hasta sombría.
Ya he dicho cómo empieza el disco, con una instrumental que aspira a sonar grandiosa e inspiradora, pero que ellos se encargan de macerarla y hacerla más convincente al coserla a la canción que le sigue y que empieza, a toda ostia, el descenso a lo corriente, que es lo que de verdad nos duele y nos alivia. "Nunca pasa nada" es una canción rotunda, con un estribillo de los que tan bien manejan los barakaldusturiarras, pegajoso y adictivo, pero que, esta vez, resuena porque suena a sentencia, a medio camino entre la arenga y la confidencia: "Es que no quiero / vivir con miedo / no, nunca más /". 
Quizás sea el mejor ejemplo de lo que hay de nuevo en este disco, este comienzo tajante, con miga y que mitiga la acidez de la bilis con una rabia más depurada. "Se quema" sería otro ejemplo, pero, para eso, hay que ir acercándose al final. Una canción de amor sin caer en artificios, con fraseos donde Manu se luce rebuscando en su inventario de tonalidades. Una canción más solemne y compacta, donde colabora Iñaki "Uoho" Antón, con un cierto deje a lo Bunbury; una canción que invita a escucharla cuando quieres que nadie te vea hacerlo. "Quién te crees", donde también hay colaboraciones (Alfredo Piedrafita pone los trastes y Berna pone la esencia), sería otro ejemplo de cómo han crecido y complicado su estilo, con unas guitarras al inicio que suenan lo más escorado que los Porco Bravo (que me crucifiquen) podrán estar del indie lo-fi (a mí me recuerdan al Robert Pollard de Guided by Voices) y una batería intrigante a base de redobles que se anticipa al acelerón. Guitarras con nervio, como siempre, pero las partes vocales van a caballo de un bajo firme en primera fila y el estribillo se frena en seco cuando suenan los platillos. Así, consiguen que lo que cantan sobresalga aún más: hablan de bares, pero no de cerrarlos, si no de que te encierran; hablan de la noche, pero de noches que traen días que puestos en fila constituyen la vida de gente que, generalmente, no aparecen en la película. Ahí tienes la madurez. 
El resto de las canciones parecen acercarse mucho más al bagaje y el legado que ya llevan varios años apilando desde que Porco Bravo se asentó con el actual quinteto titular. Quizás destaque "Lemmy" porque son dos minutos y cincuenta segundos de sentido homenaje, pero sin concensiones ni atavíos, con Manu intentando cantar con el gargajo kilmisteriano y las guitarras arañando la pared al más puro estilo Motörhead. El resto podrían confundirte porque crees que ya lo oíste antes, en el "Grooo!!!", quizás. Al fin y al cabo, esto no es más que un paso adelante, no uno al vacío. Aún así, hay pequeños detalles que relucen por debajo de toda esa congestión de ritmos irrebatibles, punteos a tutiplén y voz hervida en orujo. "Animal" nace con el punteo por delante, el aire retador, un bajo potente y unas guitarras polifacéticas (¡toma!) que parecen rendirle homenaje a la música que se ha hecho en Barakaldo desde tiempos inmemoriales. "Ley" tiene más verbo, coreografías de guitarras con aire clásico, referencias al pasado y estribillos a latigazos, como le gustan a Manu. "Corre" suena a lo que han sonado siempre Porco Bravo, a Asier y Pulpo abatiendo a la Luftwaffe a base de trastes, líneas de verso más largas, épica de barrio en tercera persona, y una pareja de bajo y batería que parecen ser los que corren, pero por delante, como si más que huir del fuego estuvieran provocándolo. "No sé" es más ramoniana; eso sí, con los dedos directamente metidos en el enchufe. Con un estribillo a lo martillo pilón, que siempre les funciona, y una raíz pétrea (bajo, caja, bajo, caja) que bruñe en piedra una letra donde parecen dejar testimonio de una sabiduría tan sarcástica como melancólica, la que se aprende en las esquinas del barrio, en las colas del paro, en los relatos apocados de los viejos de pocas palabras, en el supermercado y, seguro, en los locales de ensayo. "Terrorista" cierra el disco con un repaso al resto, empezando con un riff que se toca mientras haces cuernos con los dedos, pasando por melodías vocales que recuerdan a Negu y a Extremo (Gorriak y Duro) y que termina con una invitación perversa.
El disco tiene sus tachas porque ni todos los diamantes son brutos ni tiene sentido que el rock and roll carezca de taras. Sin embargo, funciona, y lo que impresiona es que funciona de verdad, sin trucar motores, con los pistones en combustión y el autotune guardado en un cajón. Además, sabes, mientras lo escuchas, que va a funcionar mucho mejor en directo. Escuchas el disco y visualizas el concierto. Puedes imaginarte con qué punteo va a intentar Manu levantar a Pulpo agarrándole del cinturón, dónde aprovechará Asier para asomarse a la proa del escenario y apuntar con el clavijero a tierra, cuándo aprovechará Txelu para acercarse hasta donde se sienta Óscar y fundir el bajo al bombo. El Porco, además de en las profundidades del bosque, también tiene como habitat natural la estepa de tablas de un escenario, así que, ahí, seguro que consiguen que medren las canciones y que este disco, homónimo, se gane los títulos que ellos no quisieron ponerle. 
A mí, me queda ponerle un título a esta entrada. Y ganas no me faltan, porque como siempre lo hago al revés, significa que he terminado y puedo descansar y olvidarme de cuánto escribo y dedicarme a cuando escucho, que se me da mejor. Por cierto, acabo de decidir cómo voy a titular esta entrada: "spoiler alert", que es lo que dicen los americanos freakies cuando alguien les jode el final de una película al destriparlo. Lo digo porque espero que, amén de soltaros una chapa que os habrá quitado las ganas de seguir leyendo el blog, no os haya quitado también, a aquellos que aún no lo hayáis escuchado, las ganas de escuchar el disco, sobre todo, después de destriparlo. No creo. Más que nada porque, por mucho que te lo cuenten, es lo bueno que tiene la música: no te ríes lo mismo, no bailas igual, si te lo cuentan, que si lo escuchas. Y, si escuchas este disco, vas a bailar mucho, incluso, como bailan los que no bailamos; los que hacemos que bailamos, los que nos movemos con la rabia y el digno fundamento que pretenden descifrar la vida con el abecedario del rock and roll. 

Le tiembla el móvil. Con agilidad, teclea un mensaje de vuelta con una sola mano. Con la otra, se golpea el muslo que mueve de arriba a abajo al ritmo de la música y de su tobillo. 
- Vamos a tomar otra en el...
- Ni lo sueñes, yo me piro. 
Me sale el nervio, justo cuando acaba de terminarse el disco:
- ¡Escúpeme, arráncame la piel! Vamos, joder. 
Repite, después de hacer el karaoke. Pero, esta noche, no. Hoy me impongo yo y no dejo que gane mi lado oscuro:
- Va a ser que no, me voy para casa. 
Y me fui. A escribir esto.

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