El estampado de amebas vuelve a estar de moda



En algún momento, casi al principio, Steve Wynn comentó, con algo de sorna, pero sorna mansa, que eran una banda que cumplía los dos años con un disco que celebraba treinta. 
Y es que todo lo que voy a explicar ahora es historia y la mayoría ya lo sabréis, pero yo lo repito porque soy así de listo y aburrido:
El grupo de Los Ángeles The Dream Syndicate tuvo una vida estimada de unos ocho años. Más o menos, de 1981 a 1989. Formaban parte de aquel movimiento que dió en llamarse Paisley Underground y que reunía a bandas cercanas geográficamente y estilísticamente, como The Bangles, Green on Red, The Long Ryders, Opal, Rain Parade, The Three O'Clock o True West. Cuatro de ellos, Rain Parade, The Bangles, The Three O'Clock y los protagonistas de hoy, The Dream Syndicate, se reunieron el año pasado para realizar dos conciertos, en homenaje a aquellos tiempos, que tuvieron lugar en San Francisco, en el histórico The Fillmore, y en el Henry Fonda Theatre de Los Ángeles. Este reencuentro no era más que una parte de las agradables consecuencias de algo que había sucedido un año antes, en 2012, cuando gracias a la amistad de Steve Wynn con el líder de la WOP Band y propulsor del proyecto Walk On, Mikel, sucedió lo que muchos ya habían dejado de esperar: el regreso de The Dream Syndicate. Tocaron en el festival que la gente de Walk On organizó en Bilbao, junto con bandas como The Jayhawks y Soul Asylum, y también tocaron en el Festival BAM de Barcelona, donde su concierto fue considerado por la prestigiosa revista Ruta 66 como el mejor concierto del año. En una entrevista a Rocklive, Steve Wynn confesaba que la única razón de su regreso fue The Walk On Project, pero el caso es que ya aprovecharon y montaron una gira de celebración de los treinta años de su disco de debú, The Days of Wine and Roses. Y con el mismo objetivo, pero esta vez celebrando el treinta aniversario de su segundo disco, The Medicine Show regresaban a Bilbao ayer noche, con una gira que les ha llevado por Bélgica, Suecia, Dinamarca, Italia, y finalmente Madrid y Santiago de Compostela, antes de arribar en la Noble Villa, marcharse para Zaragoza y viajar ya de vuelta a los Estados Unidos.
The Medicine Show se grabó en 1984 en San Francisco. El productor fue Sandy Pearlman, quien también es poeta, por cierto, y profesor de universidad en Montreal. Aún así, se le conocé más por su relación con Blue Öyster Cult y por ser, durante cuatro años, mánager de Black Sabbath, además de productor de gente como The Clash o The Dictators. Él se encargó de pulir un disco en el que las guitarras que por entonces tocaba Karl Precoda se ganaban el protagonismo que también lograban el piano y el hammond de Tom Zvonchek. Sin embargo, ayer, en Bilbao, no hubo teclados, Karl Precoda no estuvo y, aún así, The Medicine Show, para alguien que cuando el álbum se publicó aún cursaba la egebé y seguro que guardaba a buen recaudo su muñeco de Naranjito, para alguien así, The Dream Syndicate sonaron, ayer, rotundos, mucho más vivos y eléctricos que en el disco, contundentes y dinámicos. 
He de reconocer que había escuchado con más atención el archifamoso The Days of Wine and Roses que The Medicine Show, pero me dio igual. Ya me había perdido en varias ocasiones la oportunidad de ver en directo a Steve Wynn, quien ya acumula una larga y exitosa carrera en solitario, con The Miracle 3 o en el supergrupo que comparte junto a su mujer, Linda Pitmon, Scott McCaughey de The Minus 5 y The Young Fresh Fellows y los REM Mike Mills y Peter Buck, The Baseball Project. No podía perderme la oportunidad de ver en directo al, y aquí va una opinión de lo más personal, el mejor exponente del Paisley Underground junto con The Long Ryders. La psicodelia siempre se me ha atragantado un poco, aunque bien entendida, es recibida con los brazos abiertos que, por cierto, aunque rime, no deja de ser una frase bochornosamente estúpida. Pero las guitarras, ya sean a lo The Byrds, a lo Crazy Horse o a lo John Fogerty, siempre que estén en primera fila...
Steve Wynn se presentó en Bilbao con el batería original, Dennis Duck, junto con el bajista Mark Walton y el guitarrista Jason Victor, objeto de muchas miradas que lo comparaban con el ya mencionado Karl Precoda. Victor es el guitarrista principal de Miracle 3, así que él y Wynn se conocen casi mejor que Karl Malone y John Stockton. Se marcaron más de un emparedado eléctrico de esos que tanto les gustan, guitarra con guitarra, los hombros subidos, que parece que están jugando a ver quién mea más lejos, pero funciona, y funciona Jason Victor porque es un guitarrista ducho que, además, tiene personalidad y un buen gusto por la distorsión justa. Tampoco desmerece un Walton cuyo bajo empapeló el Antzoki con un ritmo hipnótico que se mostraba, a veces, muy por encima de la guitarra y la voz de Wynn. Si a todo eso le sumas el basamento que pone Duck y el cuajo y empaque de Wynn, ya tienes ganada a la audiencia, aunque no hacía falta, porque fueron ya ganados y a lo único que nos dedicamos fue a confirmarlo. 
Los Dream Syndicate tocan música como si fueran un vuelo de costa a costa. Suenan tanto al oeste como al este, e, incluso, a veces, suenan a que han saltado el océano para llegar a la Pérfida Albión. Wynn tiene tono como para compararlo con Lou Reed, pero también con Bob Dylan. Suenan repentinos y enfadados como un grupo de punk imberbe pero, al mismo tiempo, sofisticados y mesurados como unos buenos imitadores de The Band o The Beach Boys. Suenan a los noventa en los ochenta, a lo que tenían que escuchar los Pavement y hasta los Nirvana para aprender a tocar. Suenan a una partida de póker en la que Roger McGuinn y David Crosby están compinchados para pelarles la pasta a los hermanos Fogerty que acaban de llegar con el botín después de robar el banco de Kirtland. Y ayer, a mí, me sonaron más garajeros que nunca (es decir, que en los discos, porque yo no tenía bagaje, hasta ayer), más desinhibidos, vigorosos y eléctricos.
Suenan. 
Con solo dos años, y un disco de treinta, suenan.
Y antes sonaron Laredo, a los que la mayoría no esperábamos, porque no aparecían por ningún lado, o quizás sí por debajo junto a un asterisco, pero eso lo vimos luego. No sé de dónde son, pero cantan en castellano y visten como si el Laredo que llevan en el nombre fuera el de Texas más que el de la ciudad costera donde íbamos los sábados a comprar anchoas cuando de chaval veraneaba en Oriñón, Cantabria. Sonaron demasiado a Quique González, aunque la voz del cantante, y su deje, me recordaban, a veces, más al Ramón Rodríguez de The New Raemon. Fueron cortos, se hicieron de menos en sus propios comentarios y se quedaron luego por allí, aunque, es la sensación que tuve, estuvieron más tiempo fuera bebiendo y charlando, que dentro viendo en directo a los de California. Si te gusta la Americana que suena muy Europea, algo parecido a lo que les pasa a Alberta Cross, pues puedes llegar a convertirte en un fan. 
Hacía una noche preciosa, por cierto. Ligeramente chilly, que decía un amigo mío, agradable para pasear y deglutir lo que acababas de ver. Yo no lo hice, pero pensé en hacerlo. Más o menos, ése es el método que sigo para escribir estas entradas.

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