FIASCO PRESS!: DAVID "KALBO"




Llego con un poco de adelanto. Me pido una cerveza y salgo fuera a echar un cigarro. El Rock eta Golak es la sede social del Barakaldo Club de Fútbol; apenas se ve si no te asomas, escorada en una esquina del estadio, a la vuelta de las taquillas. Él ha elegido el sitio.
Me encuentro a mucha más gente de la que me esperaba: perros aburridos y cabizbajos, niños jugando al ping-pong, sus padres, fuera, criticando el rasero con el que el entrenador de fútbol corrige a sus hijos, viejos conocidos sentados a la fresca en el banco de fuera… Vuelvo dentro y ojeo y hojeo un periódico deportivo de tirada nacional.
Poco después, llega él. Camiseta de Motociclón, paso firme, chocamos los cinco, se pide un café y coge el periódico que yo acabo de dejar. Le advierten que el café está caliente. Se llama David, aún hay algunos que le llaman "Kalbo", y prácticamente todos, le llamemos como le llamemos, le conocemos por ser uno de los dos djs residentes de El Tubo, una especie de tugurio como solo antes eran los tugurios, cuando esa palabra era un halago. También es batería. Y para hablar de eso y de más, pero sobre todo de música, he quedado con él después de meses y meses de intentar hacerlo y por hache o por be, por jota o por zeta, no poder hacerlo.
Lo que sí hacemos es precalentamiento. De pie junto a la barra, hablamos de fútbol. Con el presidente del club, cercano y afable como siempre, hablamos de Pape Diamanka sin que eso signifique nada. Cuando estamos preparados, decidimos sentarnos en una esquina, junto a los viejos trofeos de la vitrina, frente a las fotos en blanco y negro del año del ascenso que comentamos sin prisa por empezar. Nos relajamos riéndonos al recordar una legendaria anécdota sobre las fuentes públicas de Madrid que mejor dejamos para otro día. Estamos sentados, por cierto, sobre una tarima que hace las veces de escenario cuando hay concierto en el local y donde él mismo ha tocado. En la mesa de al lado, un tío le enseña apliques de colores a otro. Sobre la nuestra, alguien ha dejado un número retrasado de un suplemento dominical y, debajo, se esconden un par de guantes de portero de talla junior que descubriremos luego.


Saco los papeles que imprimí antes de salir de casa. Le explico cómo lo haremos, cómo he pensado la entrevista. A todo dice que sí, y, además de decirlo, también dibuja la afirmación con la cabeza. Para empezar fuerte y sin paños calientes, le pido que me cuente cómo empezó en esto de la música y que llegue al final.
Resopla, se lo piensa, se rasca las patillas y empieza a hablar. La verdad, podríamos haber tirado de este hilo y olvidarnos del resto de preguntas. Ya habría estado hecha toda la entrevista, pero hubo más, mucho más: “Empecé con 25 años,” se arranca. “Mi primer concierto lo di con 26. Con los Themenciales. Hacíamos versiones punks y tocamos en el TBO.”
Dice TBO y compartimos un gesto irónico. Hace unos segundos me ha dicho su edad y prácticamente es la mía, así que los dos sabemos dónde estaba el TBO y cómo era el TBO cuando tocó allí por primera vez. Acabamos de empezar y vamos a descubrir curiosas coincidencias que harán que la entrevista sea más amena y prometedora. Sus dos compañeros de aventura en los iniciáticos Themenciales eran los mismos con los que yo intentaba crecer cada sábado, pasando primero por Simago o empeñándome en sacar más cincos y seises, más pitos y doses que ningún otro en la mesa.
Sigue: “después, del 2001 al 2006, estuve con Fetish Kafé…” Le interrumpo: “Eso es casi una banda de…” Él me interrumpe a mí: “… culto, sí.” Se ríe: “el Gallego podría hablarte de ellos.” Ya lo ha hecho, pienso, pero no digo nada, y como veo que ya ha pillado carrerilla, le dejo que siga: “Fueron cinco años en Fetish Kafé, sí, cinco, pero en esos años lo compaginaba con un grupo de Deusto que se llamaban Popper y que había visto tocar en el Mellid y me molaron.”
Me cuenta cómo en un Azkena Rock Festival le entró de sopetón al bajista del susodicho grupo bilbaíno y le dijo que él tocaba la batería. Hizo una prueba y entró. Me comenta cómo apenas dieron cuatro conciertos, pero que aprendió un montón. Después, enlaza ya con el presente, porque de Popper nació Tiparrakers, siempre por medio del mismo bajista al que le entró a saco en el ARF.
Son ya nueve años aporreando con Tiparrakers, desde 2005, y tres discos grabados. El último aún está pendiente de salir a la luz pública. Durante esos años, no se ha conformado con eso. También ha formado parte de otros proyectos, como Latigazos, del 2009 al 2013, con los que grabó un disco y dio como unos cuarenta bolos. Hacemos chistes sobre las camisetas de Latigazos. Le digo que cada vez que veo una foto de algún grupo de Barakaldo, uno de los miembros lleva una camiseta de Latigazos. Exagero, pero nos reímos, y de paso hablamos de las rayadas de Porco Bravo y del escaparate de la tienda de ropa Frida.
Pero volvemos a lo importante: también en 2009 tuvo una aventura casi furtiva con Fogoneitors que, según me cuenta, fue una idea que “surgió un jueves de morón en el Tubo.” Y me cuenta más: “no duramos un año y no grabamos nada, pero dimos diez bolos. Éramos Bazi y Oskar, Maribel (de los del Puente Romano) y yo. Fue divertido.”
No perdemos el hilo, porque nos queda Putakaska, el último proyecto en el que David se ha embarcado. Hace ya un par de años, en Octubre de 2012 concretamente (no se lo digo, pero esto lo comparte con otros músicos locales: me alucina su capacidad para recordar las fechas, a mí me cuesta hasta recordar el año en el que nací), se ofreció para echar una mano cuando Ganso dijo que no seguía y ahí sigue él. Acaban de grabar disco, Pegarles Fuego, y ya han dado más de una docena de conciertos. No titubea cuando me cuenta lo que ha supuesto para él tocar con la veterana banda barakaldesa. Con los Putakaska, me explica, ha tenido la oportunidad de tocar, recientemente, en sitios como Tárrega, ante 300 personas entregadas, o ante otros 80 fanáticos el día antes en el mítico Puerto Hurraco del Poblenou.
Mientras hacíamos los estiramientos en la barra, le pregunté que con quién había estado ensayando hoy y ya me contó que hace poco habían iniciado un nuevo proyecto. No creo que sea una exclusiva pero, de todas formas, ahí va la noticia: como él mismo lo cuenta, de las cenizas de Latigazos, nace un nuevo grupo, aún sin nombre, pero ya con temas y con ganas de encontrarle el punto exacto a la combinación entre punk y hardcore.
Todo esto, que escrito igual se hace muy largo, me lo ha contado casi del tirón y en línea recta. Un par de veces le ha sonado el móvil, pero todo ha salido de una pieza, en cadena. El resto de la entrevista no tiene por qué ser así. De hecho, no lo será, aunque vosotros ahora lo leeréis bien ordenado. Sin embargo, en el momento, fuimos hacia adelante, volvimos hacia atrás, paramos para fumar, cogimos el coche para cambiar de escenario e, incluso, hubo remates que llegaron por mensajería electrónica ya de madrugada.

    -     ¿Por qué la batería? Porque siempre has sido batera, ¿no?


“Sí, sí. Siempre me había gustado pero para mí era… no sé, como una utopía. Yo, como te decía, no empecé hasta los 25. Era una época en la que los partidos del Baraka y los colocones a vino no me llenaban. La chica con la que estaba se había pirado a Francia, no tenía curro, me hice objetor pero hubo exceso de cupo. Yo frecuentaba los locales de ensayo de Vellido; sobre todo, andaba con la peña de Ruptura y pasaba las horas allí metido con ellos. Me molaba verles tocar y todo eso y así empecé. Me empezaron a enseñar en el local y todo fue poco a poco. Las únicas clases que he dado fueron hace años en Hala Dzipo, en San Vicente, cuando Josu Parabellum era profesor allí. Para entonces, ya estaba en Themenciales.”
Parecía que cogíamos ritmo, pero la siguiente pregunta le cuesta. De hecho, se lo piensa, tiramos para adelante, volvemos para atrás. Es triple, y la tercera parte, no se le ocurre cómo contestarla hasta que no estamos yendo hacia El Tubo por la calle Berriotxoa. Él carga con una caja de coca-colas, yo ando con las manos en los bolsillos. Le comento algo y entonces se le enciende la bombilla y se le ocurre cómo contestar a la tercera parte, pero aquí, os copio y pego cuál fue la pregunta completa: ¿Cuál dirías que ha sido tu mejor momento sobre el escenario? ¿Y el peor? ¿Y el más surrealista? No le cuesta tanto responder a la primera parte, aunque tengo que echarle un cable: “Sí, el peor, tocar medio con fiebre, que ves que no llegas.” Para la segunda pregunta, no necesita ayuda, además, le sale uno de esas frases que, si esto fuese periodismo como manda el canon, iría en el titular: “El mejor… Siempre que subes a un escenario es un buen momento, ya lo hagas ante cuatro personas o ante quinientas. A veces, cuatro personas entregadas es mejor público que una multitud.” Como decía, el surrealismo no es lo suyo. No se le ocurre nada hasta que, ya en los postres y cargando con la caja, se le ocurre comentarme su experiencia de gira con un grupo que no estaba en el currículo: “No sé si surrealista, pero algo sí lo fue, y duro: cuando marché con los Chivo de gira. Tenían 7 bolos en 9 días por Francia, Bélgica, Holanda y Alemania. Su batería no llegaba a cuatro de ellos y me lo propusieron a mí. Apenas tuve un par de días para aprenderme diez temas y tirar, y no fue nada fácil, son ritmos más complicados y difíciles de tocar para mí, más densos y lentos. Eso sí, la experiencia mereció la pena. Pude ver la diferencia entre Europa… y África. Tocar un lunes y un martes en dos ciudades pequeñas de Bélgica y que vengan entre 30 y 50 personas a verte, te abre los ojos.” Ya hablaremos más sobre esto, sobre la música en directo, pero antes seguimos con lo personal:


-      ¿Tienes algún rito o manía antes de subirte al escenario?


“No,” contesta, a bote pronto, pero luego recapacita. Eso sí, vuelve a contestar lo mismo: “no.” Le pregunto si es de los que se toma la prueba de sonido muy en serio y me contesta que depende, depende del local y del equipo. “A veces, no sirve para nada,” sube los hombros. Sigue dándole vueltas al tarro y, al poco, redondea la respuesta: “No sé si es una manía pero voy al baño antes y después del concierto,” se parte la caja.
Mucho más tarde, para que quede de ejemplo de cómo nos curramos la entrevista, me pide que volvamos a esta pregunta y apunta una cosa más: “ah, esto podrías ponerlo en eso que me has preguntado antes de las manías: con el tiempo he aprendido que es importantísimo hacer unos estiramientos antes de salir. Por salud. Después se te carga un montón la espalda y es jodido.” Yo apunto y sigo a lo mío:


-      ¿Te impone la altura del escenario, te la refanfinfla, te has acostumbrado?


Le comento que, más o menos, esta pregunta ya la ha respondido antes, o, por lo menos, que se puede sospechar, viendo lo anterior, lo que va a responder ahora. Dice que sí y me pide permiso para usar símiles futbolísticos. Estando dónde estamos, y siendo los dos socios del club, parece que procede, ¿no? Así que le concedo el permiso: “Se nota la tensión previa antes de saltar al césped, pero los nervios se dejan en el vestuario.” Se ríe. Más adelante en la conversación, con determinación, me dirá: “yo es que soy un yonki de tocar.” También queda bien en esta contestación, así que lo cuelo aquí.
Ahora soy yo el que me paso a los símiles deportivos, pero los míos van en bicicleta. Le pregunto: ¿Rollo ciclista subiendo los Alpes, que dicen que no escuchan lo que les gritan desde la cuneta aunque les griten a la oreja? o ¿eres consciente durante el concierto de cómo reacciona el público? “Sí, sí,” cabecea afirmativamente: “noto el feeling.” A estas alturas, ya ha empezado a liarse un cigarrillo que no terminará de hacerse nunca. Es casi una metáfora de lo bien que va la conversación. Y sigue explicándose: “No soy mucho de mirar a la gente, porque me desconcentro, pero se nota. Yo me concentro en un puto imaginario y toco, no miro al público, pero lo noto.” Sigo con el símil ciclista:


-      ¿Mejor tocar dopado o sin dopar?


Se vuelve a reír y dice que sí con la cabeza, como diciendo que comprende lo que le pregunto. “Cada uno elige su menú,” aplasta el tabaco en la palma de su mano. Y se vuelve a reír. “Yo lo que no hago es beber, o excederme en beber, más bien.”
Ya va siendo hora, supongo, de que me ponga serio, aunque no me sale muy bien:


-      ¿Te ves dentro de treinta años con las baquetas y subido en un escenario?


Aquí fue cuando, en realidad, me contestó lo del “yonki de tocar”, otro titular que lo podría haber dado hasta Jualma Eskorbuto. Ya lo he usado, pero da igual, porque dice más: “Yo es que no me veo sin ellas. Pero es que no me veo dentro de treinta años, vamos, no me veía con cuarenta, así que…” Creo que eso también lo podría haber dicho Jualma si le hubieran hecho una pregunta parecida. Yo soy tozudo y sigo intentando ponerme trascendente:


-      ¿Tienes planes de futuro? Llámalo como te de la gana: ilusiones, sueños. Vamos, que si hay algo en concreto, en esto de la música, que te gustaría conseguir.


En la medida de lo posible, él también se pone serio: “No, la verdad. Lo voy cumpliendo día a día. No me esperaba llegar hasta aquí cuando empecé. No se me pasaba por la cabeza grabar discos y tocar ante trescientas personas, así que… Para mí, tocar la batería, además de un hobby, una afición, o lo que quieras, es una terapia. Con tocarla, me vale.”
Le digo que para terminar voy a hacerle una pregunta de profesional y hasta él intenta, con más ganas aún, ponerse serio. Frunce el ceño y todo. Vuelve a rascarse las patillas y la barbilla y se estira y se lo piensa. Al final contesta a lo que le pregunto:


-      ¿Algún batería que te haya servido de referencia o que te guste especialmente?


“Muchos. Bill Ward de Black Sabbath, por ejemplo. Los que más me han influenciado probablemente sean los de lo que podríamos llamar la escuela giputxi. Nuevo Catecismo Católico y toda esta peña, los grupos de Buenavista. Guipúzcoa tiene un nivel de baterías impresionante.” Lo de ponernos serios del todo no nos va, así que termina la pregunta con una pirueta: “En Guipúzcoa siempre ha habido grandes baterías… y grandes porteros.” Y, al oír esto, Arconada pone cuernos con sus dos manos.
Es entonces cuando me doy cuenta de que debajo de la revista hay unos guantes de portero sobre la mesa. Justo cuando estaba explicándome que, para él, ser portero y batería son dos cosas muy parecidas y que él cuando era pequeño siempre jugaba de portero. “Así que…” Lo deja en el aire. Yo le apunto con la barbilla a los guantes que acabo de descubrir.
Podríamos haber terminado aquí, pero, en realidad, éste es solo el final de lo que en mi guión era la primera sección: unas pocas preguntas para hablar de su experiencia como batería. Ha quedado probado su currículo, su bagaje, su sentido del humor y la dedicación que le pone a las cosas, porque cada pregunta iba acompañada de una buena reflexión. Ninguna la contestó a la ligera.
 De todas formas, hay más, mucho más. Eso sí, aunque no estaba en el guión, charlando más tarde, surge una última pregunta sobre esto de aporrear los parches. Acabamos de volver de echar un cigarro y, mientras repasamos las notas que he ido tomando, le pregunto cuál es la diferencia entre tocar para Tiparrakers y tocar para Putakaska. Se explaya: “Tocar para Tiparrakers es más costoso, son medios tiempos, más lentos, a corcheas en el charles, que se dice. Con más cambios. Con Putakaska las partes de batería son más cuadradas y toco más rápido. Para mí es más fácil. Ahora, con Putakaska igual toco 27 canciones en un concierto… Pues eso, acabo fundido. Una vez, en mi primer doblete, tocando con Latigazos y con Putakaska el mismo día, me pesé antes de salir y al terminar. Había perdido dos kilos.”
Siguiendo con lo de la técnica, me define su estilo con una sola anécdota. Me comenta cómo siempre se acuerda de un consejo que le dio Josu Parabellum en aquellas clases en Hala Dzipo, cómo aprendió a valorar la sencillez más que las florituras. Lo importante, me explica, es el bombo y la caja, dejarse de redobles. El ejemplo que le puso Josu, el It’s Alive de los Ramones, le sirve para indicarme que los de Queens fueron, precisamente, una de las mayores influencias cuando aprendía a tocar.


Con todo eso, terminamos la primera y más farragosa sección y pasamos a la segunda, la que yo había titulado con el término “hostelero-pinchadiscos”. Así que lo primero que hago es preguntarle si lo de hostelero le parece bien, que si él se ve a sí mismo como hostelero. Me dice que sí con rotundidad. No me lo pienso dos veces y paso a preguntar.


-      Además de tocar, también pinchas en tu bar. Imagínate que tienes tiempo para perderlo en explicarle a la gente qué música suena allí.


Resopla, pero se le nota que le gusta la pregunta: “Rock en sentido muy amplio. Cuando me afano me gusta dar vueltas, pasar de The Doors a Kuraia y después a Rory Gallagher, cosas así. No sigo un patrón. Por supuesto, también pincho pensando en la gente que hay en el bar, pero sin concesiones.”
Después de esta introducción, entramos en un bucle sin fin porque le pido que me comente cuál es la canción que más se pincha en el bar y aún seguimos dándole vueltas a esto cuando a las once de la noche me despido de él en El Tubo. Más aún, a las tres de la mañana, bajada la persiana, aún debe seguir dándole vueltas al tema porque me llegan tres pitidos desde la mesilla que me taladran el cerebro y veo que se enciende el móvil porque me han llegado tres mensajes.
Y es que, al principio, se queda un poco en blanco, comprensible después de ocho años pinchando discos. Solo es capaz de explicarme cómo solían cerrar las sesiones cuando abrieron el bar: “Yo he estado mucho tiempo cerrando con “Mi crucifixión” de Sumisión City Blues, como dos años, pero antes, al principio, ya fuera yo o Patxi el que cerrará, solíamos cerrar pinchando “You Can’t Always Get What You Want” de The Rolling Stones.”
Se devana los sesos para decirme más, pero se queda ahí. Para salir del paso, le digo que luego subo con él al Tubo, nos tomamos una cerveza y, con los discos delante, seguro que se le ocurren más.
Y así fue. Mientras en el televisor empezaban a retrasmitir la final de la Liga de Campeones de balonmano, él anda fregando los baños y yo en una esquina apuntando a The Saints, lo primero que pincha y que reconoce como un clásico del bar. Ya con el bar fregado y sentado dentro de la barra, cambia de disco y pone a Wau y los Arrrrghs. Sigue dándole vueltas a la pregunta. Le salen The Stooges, dicen que “Down on the Street”, del Funhouse (1970), es uno de los clásicos. Entra el primer cliente, Fernan, también conocido por ser a menudo el Sheriff que vela por el buen funcionamiento de la puerta en las sesiones de música en directo, y se apunta a la conversación. Nombra a Los Enemigos y a Cactus, el grupo de Carmine Appice. David le da la razón. Yo le propongo a Los Ilegales. Él dice que “por supuesto, Los Ilegales, sí” y añade el Powerage de AC/DC. Ahí lo dejamos, pero, como decía, David me convence durante la entrevista de que es minucioso y concienzudo, señal de que es buen batería, y a eso de las tres de la mañana me manda información con más nombres. En la lista está el primer disco de la Banda trapera del río, disco que dice que es un clásico tanto para él como para Patxi y apunta dos clásicos más: “Down at the Tube Station at Midnight” de The Jam y “These Boots Are Made for Walking” de Nancy Sinatra. Un poco de todo, como en botica.
Entre nombre y nombre, volviendo a la entrevista original y al Rock eta Golak, nos vamos un poco del tema y hablamos de cuando empezó el bar, de las diferencias entre Patxi y él a la hora de pinchar, de quién viene y de quién deja de venir.
El bar en cuestión, para quien no lo conozca, se llama El Tubo, como ya hemos dicho, y está recogido, camuflado en una esquina del parque Los Hermanos, en el mismo corazón de uno de los escenarios más importantes del punk en la margen izquierda. Patxi y él lo cogieron cuando empezaba a decaer un poco el ocio en la ciudad fabril, pero ese bar fue uno de los recónditos protagonistas de la época mítica de fiesta y jolgorio en Barakaldo. Con el mismo nombre, pero un toque distinto en lo musical y lo gastronómico, muchos aún recuerdan los tiempos en los que Alberto regentaba el bar y había que hacer cola para entrar. David me explica que eran conscientes de aquello, de lo que heredaban, pero me cuenta que tenían claro lo que querían: querían abrir un bar con personalidad, donde se escuchara rock y que abriera todos los días. Ése era el sencillo planteamiento, pero había más: no doblegarse a las modas, por ejemplo. Yo le suelto una chapa para explicarle, como cliente, lo que me parece que representa, si es que los bares representan algo, ese local en la ciudad. Lo copio todo y así me pongo en evidencia:


-      Quizás sea solo mi impresión, pero sé que no soy el único que lo piensa: parece que vuestro bar es como un agujero negro, y lo digo como algo positivo, una especie de espacio protegido en el que aún se puede, si te fijas bien, ver cómo era antes el ocio (y la cultura) en nuestro pueblo. No sé cómo lo ves tú.


Pero dice que no, cuando quiere decir que sí, y esboza una sonrisa. De hecho, insiste: “Me llena que lo veas así. Es un poco lo que queríamos conseguir.” Hablamos de quién entra y de quién no entra, y subraya que falta gente joven: “la mayoría de la clientela es talludita, veterana.” Yo le replico que tampoco hacen por que vayan, que a veces asusta asomarse por la puerta. Lo digo por chinchar. Se ríe y afirma con cierta sorna: “Por supuesto, y que no vengan.” Se refiere a que allí no se puede oír lo que suena en los 40. No ya eso, por no oír, no vas a oír ni lo que es portada en las revistas independientes anglófonas. Más aún, ni tan siquiera lo que sale en el Mondosonoro, porque, como me dirá luego, el Mondosonoro, para él, “solo sirve para envolver pescado.” Cuando le pregunto si el bar tiene futuro, le entra una risa nerviosa, pero piensa bien las palabras para contestarme: “como somos una especie en extinción, pues… a no ser que nos puteen más de lo debido, yo creo que seguiremos ahí. Ya llevamos ocho años y a mí se me han pasado…” Y chisca los dedos, que es como decir “en un volao”.
Casi que, con esta contestación, nos metemos en la siguiente pregunta, pero, por seguir un orden, yo la escribo primero:


-      También eres culpable, o compartes la culpa (no conozco los detalles), de que, al menos durante una semana y en otros momentos puntuales, Barakaldo tenga algo de oferta alternativa en cuanto al rollo en directo. En tu opinión, ¿por qué es tan importante reivindicar la música en los bares?


En realidad, no me da tiempo a hacerle la pregunta. Se lanza a degüello cuando sale el tema de los conciertos: “Es humillante.” Luego se explica mejor: “Esa ordenanza no se aplica con tanta severidad en ningún sitio como aquí. Es vergonzoso. Si haces un concierto en horas razonables y con las medidas adecuadas, es humillante que te pongan tantas trabas. Hay un montón de gente haciendo conciertos en bares de Portugalete, Vitoria, Bilbao… Aquí, los más tontos. Es una pena, con la actividad que hay aquí, que con 100.000 habitantes solo puedas tocar en el Edaska y alquilando el local.”
De verdad que le duele. Antes, y eso fue lo que unió la anterior pregunta con ésta, me contaba: “En 2008 dimos 58 bolos. ¡58 bolos en el bar! Todo hasta que recibimos el gran ultimátum de la policía municipal. Fue durante un aniversario, en el mes de enero. Se presentaron en el bar y nos dejaron las cosas bien claritas. Se jodió.”
Cuando parece que se calma, le insisto en que, en realidad, no ha contestado a la pregunta: ¿por qué es tan importante reivindicar la música en los bares? No se lo piensa dos veces: “Porque los grupos no empiezan tocando directamente en el Antzoki, en la Santana, o en el BEC. Ahí está la esencia de todo: en los bares.”
Queda claro. Y aunque no sea el momento ni el lugar adecuado, no me resisto a decirlo: suscribo sus palabras.


Ya que hemos tirado por algo más localista, seguimos con la ciudad fabril, que era la tercera sección del guión que yo me había hecho en la cabeza y que había imprimido en papel. Para sentar bien las bases desde el principio, le pregunto:


-      ¿De qué forma, si es que lo ha hecho de alguna, te ha influido Barakaldo en tu inquietud por la música?


Ha pillado ritmo y dice que sí con la cabeza antes de lanzarse a contestar: “Joder, pues porque aquí ha habido siempre una tradición. De chaval, veías los conciertos de gente como Putakaska o Parabellum y eso te va haciendo. Recuerdo con 13 años, en unas fiestas del Carmen, cuando las txoznas estaban en la Avenida, ir con mis padres por la calle y ver un concierto. Eran los Putakaska. Esos recuerdos se te quedan en la cabeza.”
Yo también he pillado ritmo y voy soltando preguntas así, zas, zas, como soltaba anoche Lobezno zurriagazos con sus uñas en la televisión:  


-      ¿Algún músico o banda barakaldesa ha influido especialmente en tus gustos o en tu interés por la música?


También esto lo tiene claro: “Toda la generación del búnker, claro.”


-      Si es que eso existe… ¿cómo ves la escena barakaldesa hoy en día?


Vuelve a mover la cabeza de arriba abajo y lo explica muy bien: “En cuanto a grupos, mejor que nunca. Hay más diversidad y actividad. El contrapunto es lo lamentable, de lo que hemos hablado antes. Yo no pido que nos den facilidades, no hace falta, sabemos funcionar por nosotros mismos, pero que no nos puteen. Es lo único que pido, que no nos puteen.”
Llegados a este punto, que nos hemos puesto reivindicativos y todo, bajo un poco el pistón. Ya que estamos donde estamos y sabiendo que a ambos nos van las franjas de colores en las camisetas deportivas, aunque solo coincidamos en una combinación, en la otra nos gustan colores distintos, le pregunto:


-      ¿Qué tal casan fútbol y música?


De primeras, suelta: “de puta madre.” Y se ríe. Yo insisto:


-      ¿Qué estilo de música distinguiría a un equipo como el Barakaldo?


Se parte, pero no duda ni un segundo al contestar: “Punk.” Aunque luego se ríe más incluso y dice: " o el “Born to Loose” de Johnny Thunders." Yo también me parto, pero tiene algo de razón. Una de las mayores lecciones que nos debería enseñar el fútbol, y me refiero a una vez fuera del estadio, es a saber perder, y perder es un verbo tan relativo y tan amplio como el rock.
Un poco después, fuera, fumándonos un cigarro, se explaya y vuelve al tema del fútbol aprovechando que estamos bajo la cornisa del estadio del equipo del que somos socios: “En esa pregunta puedes poner todo eso sobre el concepto de los estadios ingleses, la función que tiene la música, y sobre todo, ya en Alemania, el ejemplo del Sainkt Pauli.” Y me explica que estuvo hace poco viendo un partido en Millerntor. Terminando de liarse el cigarrillo (por fin), me cuenta cómo se le ponía la piel de gallina cuando sonaba el “Hell’s Bells” de AC/DC al salir los jugadores al campo. Después, nos desviamos demasiado y acabamos hablado del Unión Club Ceares y de La Folixa y de Cimadevilla.
Yo retomo el asunto que es para lo que habíamos quedado y le pido que reivindique un par de nombres de bandas locales. Se lo piensa mucho, pero al final, es formal y solo nombra dos: Ciudad Rayada y Last Fair Deal. Aunque, no se contiene y se le escapa Lomoken Hoboken. Al final, también menciona lo que califica como el “nuevo fenómeno social,” 2lería. Y, se planta, serio, y me dice “y de los de antes, me gustaría reivindicar el nombre de Cotton Fielsd.” A la patata me llega. Y cuando llego a casa, me preocupo de buscar al fondo del armario y encuentro la maqueta. De cuando comprábamos maquetas, ¿os acordáis? También de eso hablamos, de que aún se pueden comprar en el Tubo.  
Finalmente, para cerrar esta parte más local le vuelvo a pedir algo. Esta vez, que le haga la pelota a algún colega batera. Y también esto se lo piensa, pero, al final, su respuesta es contundente y no titubea: “Óscar, de Porco Bravo.” Hablamos un rato de él, pero no voy a decir nada que luego igual al Puro d’Oliva se le sube el ego. Además, yo, por lo menos, lo que tenía que decirle, ya se lo he dicho en persona.


Si todo esto no fuera suficiente, aún quedaba una última sección. Según mis planes, de colofón, íbamos a hablar de música en general, de la música que le gusta o le deja de gustar como aficionado o como músico, pero, en realidad, ya lo hemos venido haciendo desde el principio. Aún así, como él está cómodo y yo no tengo prisa, sigo con los planes del principio. Empiezo con una parrafada que no tenía pensado leerle entera, pero él mismo coge el papel y la lee, y se queda algo sorprendido, pero afirma con la cabeza como dándome la razón. Eso sí, me mira como si fuera un bicho raro. Y quizás lo soy. El texto que lee, sin quitar ni una coma, es el que sigue:


-      No tengo facebook, y tampoco es que yo sea un Bernstein o un Woodward, pero algo de investigación sí que he hecho, para currarme bien la entrevista, ya sabes, y, para eso, me he permitido ser descarado y maleducado y visitar tu página de facebook sin permiso. Desde que empecé a hacerlo has colgado, entre otras cosas, canciones como “Obsessed with You” de X-Ray Spex, del 77, si no me equivoco, un clásico del punk británico, “Do It Dog Style” de Slaughter and the Dogs, del 78, uno de los primeros grupos punks que firmó por una major, “Another Girl, Another Planet”, el clásico de The Only Ones del 78, “Not Now No Way” de The Pagans, de 1979, punk americano o “Babylon’s Burning” de The Ruts, de 1979. En otras ocasiones, colgaste cosas como “Attitude” de Bad Brains, “You Are Not a Punk” de Spermbirds o “State Violence, State Control” de Discharge, todos hardcore punk de los ochenta. De vez en cuando, también colgabas a los clásicos, Eskorbuto, The Damned, Motorhead, y a gemas nacionales como Wau y los Arrrrghs, Maldito país, The Safety Pins, La URSS, Sudor, Estricalla, Muletrain o Last Fair Deal. ¿Se te ve el plumero? ¿Es eso lo tuyo: hardcore punk de los ochenta y punk original de los setenta?


Se ríe, claro. “Vas bien dirigido, pero mis favoritos son Black Sabbath y Eskorbuto.” Ya está suelto y se extiende en sus explicaciones al hablar de The Damned: “para mí es el mejor grupo punk, el que mejor ha envejecido. Para mí, los mejores grupos punks son los que no copian deliberadamente a otros grupos, si no que intentan hacer algo distinto, original. The Damned lo hacía. Aún en estos tiempos, puedes mirar atrás y descubres sus viejos discos como si fueran nuevos. Pillas discos de los 80 como Strawberries o The Black Album y aún te sorprenden.”
Justo después de esta pregunta, aún en el Rock eta Golak, le pregunto que cómo se mantiene al día, qué fuentes tiene para conocer a nuevos grupos. Me explica que le molan los fanzines, que intenta coleccionarlos, que coge “todo lo que cae en mis manos.” Lo repite: “Soy coleccionista.” Me explica que de Cataluña, donde estuvo hace poco tocando con Putakaska, como ya hemos contado, se trajo un par de joyas. También me dice que enreda en internet.
La respuesta no termina ahí, por supuesto. Una hora más tarde, seguimos en El Tubo. En la tele hablan de una tormenta de arena en Teherán y de bandas callejeras en Vitoria-Gasteiz. Juanito Wau grita que no se entiende a sí mismo. David sigue y añade una lista de fanzines por si acaso: Silencio tóxico, Pogo, Enciende la mecha, Punkrocker, Izu Giroa… También hablamos de radio: de Radio 3, de “El sótano” y de Juan de Pablos. Y esta mañana, me manda un mensaje para que quede bien claro y me recomienda “Asesino el R’n’R” en Irola Irala Irratia y “Pégale al ruido” en Radio Espinosa Merindades y concluye diciéndome que, por supuesto, lo que funciona es el boca a boca.
Precisamente Radio 3 da pie a una de las últimas preguntas. Le comento que hay una cuña en la que dicen eso de “eres lo que escuchas” y se ríe cuando lo digo porque me explica que, precisamente, venía escuchando Radio 3 en el coche y acababa de escuchar esa cuña y, para más coña, cuando nos montamos en el mismo coche para subir a El Tubo con la caja de coca-colas, se enciende la radio y eso es lo primero que se escucha: “eres lo que escuchas.” Le pregunto si está de acuerdo, si la música nos define. A lo que me contesta que sí, que es así, “en cierto modo,” aunque insiste en que él le pega a más cosas que al punk o al hardcore, y menciona el blues, lo que supongo que acaba de definirnos a David del todo: complejo y variado.
Para terminar, le suelto a bocajarro:


-      ¿Alguna vez has sentido que te juzgaban por la música que te gusta o tocas?


A lo que contesta: “Sí, muchas veces.” Yo le insisto, le digo que me refiero un poco a lo que hablábamos antes, con lo de la cuña y lo de definir. Nuestra forma de vestir, de peinarnos si tenemos pelo, de hablar y hasta de pensar, es, a veces, aunque sea solo en parte quizás, producto de la música que escuchamos. Pero no es tan sencillo, somos mucho más complejos que eso y, a veces, lo que escuchamos, y por  lo tanto, lo que parece que somos, es lo que utilizan algunas personas para hacer juicios de valor a la ligera, quedándose en las apariencias. No sé si me he hecho entender, pero parece que sí: “Ah, sí, claro, por supuesto,” contesta. Y yo toco las pelotas dejando caer una pregunta: “¿Y la familia?” Pero con rotundidad me contesta a la primera: “Ah, no, con la familia, bien, sin problema. Mi hermana es batería también. Y mi chavala canta.” Yo creo que ha quedado claro.
Para ponerle la guinda a la entrevista, aunque a mí me queda la sensación de que, más que eso, ha sido una amena conversación, le hago una última pregunta:


-      ¿Alguna confesión impura? ¿Alguna canción o banda que te guste y que no sea del palo de todo lo que hemos hablado?


Se ríe y se lo piensa. Yo no insisto, pero, al final, va a contestar, así que, por si acaso, yo le comento que no me responsabilizo de lo que conteste y de las consecuencias que le traiga luego. Se ríe más fuerte aún y dice que no con la cabeza, mientras sube los hombros: “Los Calis,” murmura. ¿El qué?, le pregunto: “Los Calis.” Se parte la caja como ha hecho desde el principio, incluso cuando se ponía serio: “tengo el disco mítico de Los Calis en vinilo, cinta y cedé.” Ahí queda eso.


La entrevista no podía quedar más larga y más intensa. Pero me la trae un poco floja la largura y la intensidad, a mí me parece justa: justo lo que hablamos y justo cómo lo dijimos. Así que aquí queda escrito, si no es para la Posteridad, así, con mayúsculas, sí, por lo menos, para la posteridad que realmente nos importa a los que estamos orgullosos de ser vulgo, esa, la que se escribe con minúscula, la que se queda en el barrio, en un local de ensayo, en un Tubo que sí que se escribe con mayúscula y que con su música y con las historias que esconde (eso daría para otro día entero) es, por muy pequeño que parezca, casi tan grande como un aleph. Más o menos del mismo tamaño que David, ¡grande!, un placer.


La próxima entrevista la hago por telégrafo a ver si me sale más corta.

Posdata: la fotografía me la pasó el propio David y en ella veis quién es el/la propietario/a. Que quede claro. Y, para hacer promoción, cuelgo aquí el enlace a lo nuevo de Putakaska. Y ya sí que sí, lo dejo.

 


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