Bones y Tigretones



Era como volver al lugar del delito. 
Vivaqueando al fondo con el único sustento de medio litro de cerveza y un paquete de tabaco. Y la música. 
Lo que decía: era como un déjà vu que ni fu ni fa. Fa de Falco, Tav Falco y Fu de Fugazi, porque el Tubo parecía, ayer, digo, uno de esos locales donde gritaban poseídos los de Ian Mackaye mientras adolescentes descamisados se dejaban embrujar por el espíritu enfermizo de la música. Eso sí, siempre y cuando los de Washington DC hubieran dedicado el tiempo a hacer un esfuerzo para que los periodistas musicales se vieran obligados a añadirle el -billy a cualquiera de las etiquetas con las que intentaran clasificarlos. No fue así porque Joe Lally no toca como Marshall Grant y porque lo que yo me imagino nunca se caracteriza por tener mucho sentido.
Tampoco tuvo mucho sentido el concierto de ayer, por lo menos, por momentos. A veces tocaban tres, otras veces eran cuatro, hubo quien se apuntó a la fiesta sin ser invitado, no se distinguía a los miembros de los que no lo eran y, a veces, tampoco se distinguía cuándo empezaba una canción y cuando la terminaban. Los que tocaban, al parecer, se llaman The Bones, y tienen por cantante, me contaron, a un belga que calentó motores cantándose algo en francés pero que usaba el inglés para comunicarse. El belga tocaba la guitarra, cantaba y llevaba el ritmo sacudiendo el pedal de unos platillos que coronoban una calavera que imagino de pega. A este hombre orquesta, le acompañaba un chaval a la armónica y otro al contrabajo. Debajo, sentada, me costó encontrarla, teníamos a un cuarto miembro que se dedicaba a tocar los bongos con gesto de concentración. En otra ocasión, dejó de tocar. Al final, alguien se apoderó de los bongos y le tomó el relevo.
Tocaron a Little Richard y a Bo Diddley, entre otros, y sonaron deslabazados y algo extraviados, sobre todo armonicista y contrabajo que se pasaron todo el concierto haciendo de pan de molde porque en aquel sandwich improvisado, estaba claro que la carne era el guitarra que también cantaba y llevaba el ritmo. La armónica se escuchó como se pudo y el contrabajo sonaba bastante bien aunque un tanto desorientado, más aún teniendo en cuenta que era un instrumento de producción casera y de perfil orondo. 
La chica de los bongos, cuando los tocó, sonó de puta madre, y mira que los bongos los tengo yo metidos como púas en los ojos pero en el subconsciente desde cierta noche fatídica en un festival de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando tuvieron que amarrarme a un palo para que no saltara como un poseso en pos de los folclóricos del bongo que habían abierto un boquete más grande que el de Riotinto en mi cerebro. Enebro y sigo: los Bones, resumiéndolo, si puedo, en una frase, fueron como si tuvieras que recorrerte todo el encinar levantando la turba con el hocico para encontrar trufas de Perigord. ¿Se me entiende? Pues, no, claro, porque no tiene ni repajolera lógica lo que he dicho, pero dale una vuelta. Lo que quiero decir es que cuando se alineaban los astros, la bola encontraba la tronera, se acompasaban los ritmos y todos de la mano iban ovillando los acordes, entonces, sí, entonces aquello sonaba con el gozo y el nervio que puede tener el punk cuando lo aliñas con blues y lo pones entre billy y billy. Ahora, había que tener paciencia hasta entonces. 
Creo que el belga dijo que si no era la primera vez que tocaban juntos era la primera vez que lo hacían desde hacía mucho tiempo, así que tienen excusa y motivación para intentarlo denuevo. Además, a la gente, digamos que entre treinta y cuarenta que fluctuaron mucho y aveces no fuimos más de una veintena, se la vio muy feliz y ocupada en bailar y mover la cabeza, incluido algún punk de esos de enciclopedia, de los que han escrito libros sobre ellos y que bailando a Little Richard en primera fila demostraban que el punk no es, como piensan muchos, un género que no bebe más que vino barato porque bebió, tanto o más que ningún otro género, del rock más clásico, aunque luego lo pervitieran porque no quedaba más remedio que pervertirlo.
Y...
Fue como volver a abandonar el lugar del crimen por la puerta de atrás. 
Me fui por la de delante, pero qué más da. 
Empecé por el título y tampoco ése tuvo mucho sentido, seguí con mi imaginación, que careció de lo mismo, así que mejor me despido con el mismo despropósito: proponiendo a Temperance Brennan como frontnena de esta banda, que, por supuesto, es uno de los muchos chistes fatídicos sin puta gracia que jalonan mi larga carrera de cronista de baratillo.Quillo, me piro a tomar unas cervezas.

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