Curious People



Al principio, creía que me iba a quedar ocurrente, comenzar la crónica jugando ingeniosamente (ja) con el nombre de la banda y el del mono marrón que vino del África para vivir en la gran ciudad. Ni Furious People ni Curious George, si no, Furious George, pero luego me acordé: ten cuidao, pelao, que ya hubo alguien que se llamaba así. Sí, ¿no? Una banda de punk de finales de los noventa, esos que salían en una película de Spike Lee. Así que luego opté por la otra combinación: Curious People. Y no queda mal, porque yo iba a empezar mi monserga diciendo que yo, como el mono, aparecí por el Tubo por curiosidad para ver la furia mencionada, y, para decir eso, también funciona la otra combinación, ¿no?
Castellón.
Que rima.
Y de Castellón venían los Furious People; como bien dijo el cantante, después de darse una zampá de kilómetros.
Vinieron, además, aparentemente cargados para comenzar una gira que empezaron en Barakaldo, sigue hoy en Gijón, el viernes que viene en Madrid y en nochevieja en la Sala Burbuja de Castellón. Vinieron con merchandising, cables, pedaleras, instrumentos y un repertorio de canciones que ya desde que probaron sonido sonaron incendiarias y atronadoras. El bajo calentaba jugando con el éxito de Los Bravos y el cantante se ponía de puntillas para que su cuello se erizara y llegara al micrófono. Dieron por buena la prueba, y se pusieron a esperar. Los demás, que andábamos por allí, fuimos calentando motores con unos paisanos de los invitados, los Wau y los Arrrghs, que pinchó a todo trapo el dj residente del Tubo.  
Y el resto es historia. De la buena, con minúscula, de la que no sale en las enciclopedias. Lo dicen ellos cuando lo ponen de subtítulo debajo de su nombre, así que no hay mucho más que añadir: high energy rock and roll. Retumba escandinavia, se repasan años de cuernos y lenguas viperinas. Arrancaron con tres canciones en fila india como cuando te quitas el esparadrapo sin pensarlo, de un solo tirón. Después de ese comienzo, ya no había solución. Estabas hundido en el fondo de un mundo maravilloso, con gnomos tatuados, hadas que vestían botas con alzas, un paraíso de energía vigorizadora que tomaba la forma de decibelios y punteos, redobles y aullidos tan primitivos como el origen del mono de los cuentos para niñas y niños. 
Desde donde estaba veía cabezas. 
Al anochecer, en el desierto, bajan los termómetros al subsuelo y las bestias se pasean por la alfombra de arena. Si estos tíos se pusieran a tocar en el Mojave, pensaba, asfaltaban hasta las yucas. Es increíble como podían salir armonías de esa voz tan feroz y áspera; parece que canta mientras mastica vinilo, seguía pensando, pero había nostalgia y trascendencia, emoción y belleza en esos párrafos vocales que se subían a la chepa de las guitarras, estrepitosas, en simetría con una base rítmica a la que me agarraría firmemente si estuviera apunto de hundirse el mundo. Todo esto en directo suena como un absoluto, como un conjunto íntegro, un puzzle hecho y perfecto que lo mismo representa el delta del Mijares, que un ocaso sobre el fiordo, que todo el hormigón de las urbes donde jóvenes furiosos se dedican a convertir su ira en música pletórica y crucial. 
Con estilo, versionearon a los Carniceros del Norte y por dos veces a los Rolling Stones, la segunda, tocando un "Gimme Shelter" que me la chivó Manu el Gallego, siguiéndolos atento a mi vera, porque yo no me enteraba de la misa la media.
Reconozco que no me quedé a hacer la digestión. Me piré de allí empachado y obligado por la responsabilidad civil. El zumbido de aquella bacanal polifónica aún me perseguía esta mañana, cuando ya había despertado y los gnomos y las hadas y los monos quedaban enterrados debajo de la almohada.
Si la furia castellonense se troca en música como ésta, por favor, que sigan enfadados de por vida en Castellón, dijo el mono Jorge con una sonrisa pícara y colorín, colorado.

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