Whiplash, en toda la boca



A falta de conciertos, habré de conformarme con el cine sobre música, que no musical. En unos pocos días, me he visto tres películas que, en mayor o menor medida, tienen relación con la música. 

Las dos primeras me las vi de viaje a Madrid y seguidas. Es lo que da de sí la distancia entre la periferia y el centro y las ventajas de salvarla en autobús. Primero me tragué la más llevadera, amena y asequible, una comedia romántica con final triunfal pero sin boda, que protagonizan Mark Ruffalo y Keira Knightley. Dirigida por John Carney (ya habló de música en Once, que aún no he visto), la historia comienza cuando parece que termina la de Dan Mulligan y la de Gretta James (muy evidente, ¿no?) se desmorona. Como en muchas otras ocasiones (y canciones se han escrito muchas al respecto) sus historias vuelven a empezar o a levantarse cuando ambas se cruzan. Gretta tiene una relación con Dave (Adam Levine) quien acaba de petarla con su música y parece que ha firmado por una multinacional. La música comercial y el negocio que la sustenta se carga la relación y el futuro de Gretta en Nueva York hasta que ésta se encuentra con un productor musical venido a menos por problemas sentimentales que derivan en problemas con el alcohol. Empieza así y sigue en progresión hasta que todos acaban medianamente felices y triunfa la música, incluyendo un extremado alegato purista y orgánico de una Gretta que parece ser la única convencida de su entusiasmada osadía final. El examen del negocio musical en la gran ciudad se queda a medio camino porque la profundidad del mismo se doblega para que funcionen los rudimentos del género y la comedia sea romántica y el romance cómico. Lo mejor: el momento en el que Dave descubre a Gretta cantando "A Step You Can't Take Back" y su mente de productor se imagina ya la canción vestida y maquillada, preparada para salir de marcha. Por cierto, creo que no lo he dicho, la película se titula Begin Again. Y es necesario decirlo: no me interesan mucho los coches, pero un Jaguar del 60 como el que conduce Ruffalo en la película, ya me pillaba, ya.



Como no tuve suficiente, aún no habíamos dejado Burgos atrás cuando me puse a ver Inside Llewyn Davis, que en España se tradujo como A propósito de Llewyn Davis. La película de los hermanos Coen dura lo que duran siete días en la vida de Llewyn Davis, un cantautor folk en los años sesenta y en el Greenwich Village de Nueva York. Intentando conseguir dinero o un sofá donde pasar la noche, lo que pasan son los días y el metraje y el gato de los Gorfein sigue perdido. Más allá del final circular y con pretensiones alegóricas, la película se las ingenia para retratar una época que siempre parece dorada, y te imaginas a Bob Dylan y Joan Baez volviendo a casa de resaca mientras escriben canciones en la cabeza, pero que tenía sus miserias y sus derrotados como cualquier otra. Hasta el fílmico Gaslight Café, que en la vida real fue escenario de gente como Link Wray, Big Mama Thornton, Mississippi John Hurt, Phil Ochs, Ramblin' Jack Elliott, Richie Havens o Dave Van Ronk, parece en la película un lugar decadente y plomizo en el que Pappy Corsicatto (homenaje de los Coen al cineasta italiano Pappi Corsicato) está obsesionado con beneficiarse a todas las artistas feminas que contrata. Por cierto, dicen que algunos de los personajes que aparecen en la película se inspiran en la vida de Dave Van Ronk, aunque lo que he leído es que fue T Bone Burnett a quien recurrieron los Coen para que el actor principal, Oscar Isaac, tuviera un mentor y monitor que le ayudara a trabajar el personaje de Llewyn Davis. Isaac, precisamente, cuenta una anécdota al respecto. En algún sitio le leí o escuché cómo contaba que en su primera reunión con Burnett, este se limitó a, enigmáticamente, ponerle un disco de Tom Waits y abandonar la habitación de la reunión para no volver hasta pasada una hora. Lo mejor de la película: crear un personaje al que odias, quieres, compadeces, repudias, matarías o ampararías a partes iguales. 



Y, finalmente, ayer fue el día que llevaba tiempo esperando, porque la tenía guardada para cuando pudiera verla acompañado y con sosiego y ese momento no llegaba pero llegó. Whiplash de Damien Chazelle cerró la trilogía musical que me sirve de calmante mientras espero que llegue el momento de la música en directo. Dicen que la historia es una historia muy personal del propio Chazelle pero no es nada que no hayamos visto antes. Un joven que quiere convertirse en el mejor batería de jazz de la historia y emular y superar al vanagloriado Buddy Rich y un profesor y mentor que recuerda al sargento mayor Hartman. Incluso los peldaños que llevan la historia del primer clímax trágico a la resolución culminante parecen tan transitados que casi comprometen la película, pero, en este caso, lo mejor de la película es la película en sí misma. Lo mejor de la película es que consigue que las palabras de Terrence Fletcher (J.K. Simmons) y las baquetas de Andrew Neyman (Miles Teller) sigan repiqueteando en tu cabeza horas después de haber terminado. Y lo consiguen por un virtuosismo tan natural y tan poco calculado que parece contradecir el mismo espíritu pedagógico que examina la historia. Lo consigue porque los personajes resultan factibles y falibles, siempre matizados en posturas extremas. Lo consigue porque mantiene un final tan abierto que no es final si no comienzo y lo consigue porque no parece ser una película de respuestas si no de preguntas y lo que te repiquetea en la cabeza horas después de haber terminado no son las notas que tocaba Neyman con sus baquetas ni las palabras que dijo Fletcher en sus lecciones si no las que no tocó y las preguntas sin contestación que tanto Fletcher como Neyman, Neyman como Fletcher se encargan de tocar y decir sin que las digan ni toquen. Rebuscado, pero yo me entiendo. Creo que más que una película sobre música es una película sobre educación, y el debate que la historia propone se resume en un diálogo calmado y volátil que hace de pasillo entre los dos momentos más eléctricos de la película y que puede resultar de lo más enigmático si realmente el tema consigue atrapar tu atención. 
Por lo demás, queda ese pequeño detalle al comienzo de la película, cuando premeditadamente el ángulo de la cámara nos permite ver una pared decorada detrás de Andrew que descubre un recorte de periódico de lo más ilustrativo. Es una cita del propio Buddy Rich, icono único de la batería como instrumento en el género del jazz a tenor de la película, que dijo, y aquí reproduzco, lo que sigue: "if you don't have ability, you wind up playing in a rock band". Es decir: si no tienes talento, acabarás tocando en una banda de rock. Me gustaría saber qué opinan algunos que se asoman por este blog (aka baterías sin fronteras, David Tiparrakez, Patxi Paniks o Puro d'Oliva) de tal afirmación y de esa forma de entender el talento con un aprecio científico y una obsesión tan metódica que ralla con lo enfermizo y lo genial al mismo tiempo. Yo creo que ya he dado mi opinión en reiteradas ocasiones en este blog, pero no me parece que yo sea la persona más indicada para volver a debatir sobre el virtuosismo y el duende cuando yo carezco de ambos, ya hablemos de una Slingerland con bombo de 24x14, de cualquier tipo de pelota esférica reglamentaria o incluso de teclados llenos de letras que aporreo sin mucha noción de la mesura, el decoro ni la coherencia. 



¿Quieres saber algo más a parte de todo esto?
Son las 3:08 de la mañana, creo que es hora de dejar de perder el tiempo e irse a la cama. 

Comentarios

Distorsjón ha dicho que…
Yo ví la de Whiplash hace poco y al oir la cita esa de "si no tienes talento, acabarás tocando en una banda de rock", pensé automáticamente en Ganso y qué pensaría él, que toca y ha tocado en tantos grupos míticos de Barakaldo.

Yo me conformo entonces con no tener talento para tocar, pero si talento para transmitir tu música a la gente. Prefiero un grupo que me transmita ese subidón de adrenalina a uno muy virtuoso pero que no transmita nada.
Holden Fiasco ha dicho que…
Aupa tio, yo, y creo que eso se huele en el blog, coincido contigo. No conozco a Buddy Rich ni su historia (y muy poco su obra), pero, si me atreviera a jugar con mi imaginación, diría que ni él mismo podía creerse del todo esa afirmación. Si entendemos el talento como, a veces, aparece en la película: una suerte de precisión científica y destreza casi masoquista, pues igual tiene razón, pero la razón, a menudo, solo sirve para argumentar no para convencer. A mí también me convence más lo que tú dices.