Paniks



Tengo como media hora para escribir esta entrada. Créetelo, lo que teclée en 20 minutos, aquí lo dejo, luego me piro a ver a los Yakuzas en el Tubo. De todas formas, me piden mierda, y en 20 minutos, puedo dar mucha mierda. Va: trago a la birra, en la cafetería en la que estoy suena Rod Stewart y el motor del aire acondicionado, vamos a ello.
Los Paniks
Zebu en una esquina pone cara de placer intenso y parece un personaje de los que dibujaba Dylan Horrocks en Hicksville. Le digo a alguien: ¿alguna vez le veremos reír sobre un escenario? Y justamente lo hace, un instante, espontáneo, fugaz. En la otra esquina, David Maha parece que acaba de despertar de la siesta y golpea el mástil del contrabajo como si estuviera autoaplicándose un masaje cardíaco. Al fondo, Patxi se dedica a lo suyo. Sudar y hacer que las baquetas roben los años de vida que nos sobran a todo el personal allí reunido. Justo delante de ellos tres, y en el mismo centro, Rioja invoca a ídolos ya olvidados y lanza sortilegios que aterrorizan nuestros tímpanos, y del tímpano van directos al cerebro. 
Cerebro que me hagas esta pregunta, porque sí: Los Paniks son un grupo mítico, porque los mitos se inventaban para dar explicaciones a preguntas y luego perdían el sentido más lógico para convertirse en expresiones primitivas de los instintos originarios. Y eso es lo que podría, hoy en día, representar o significar o provocar la música de estos cuatro: un auténtico aullido aborigen que doma toda la morralla que hemos hacinado con el progreso y la evolución. 
Cantan en Riojano, tocan las guitarras como Fortunato arañaba las paredes de las catacumbas de los Montresor y bajo y batería te pulimentan el entendimiento hasta que solo eres capaz de comprender que las notas que maceran van al mismo ritmo que los pálpitos del pecho. Paniks desgañitan y conciben música con la misma soltura con la que nosotros solo nos permitimos ciertos impulsos al dormir y abandonarnos. Llevan años siendo el secreto mejor guardado del mundo, y van a seguir siéndolo porque es la única forma de que sigan siendo ellos y, por un breve momento, nosotros recordemos quiénes somos. 
Fast-shit de la buena. 
Ayer fue aquel un concierto que convertirá al Cuervo en un monumento a la memoria más memorable, aunque sea así como ocurre la buena música, enigmática, confidencial y espontánea, fugaz, como las sonrisas misteriosas de Zebu. 
Fue, además, un concierto para músicos. Había por allí gente de The Wizards, Los Roñas, 2lería, Brand New Sinclairs, Porco Bravo, El Palomar... y yo qué sé cuántos más y por qué, así que ellos sabrán decirte, mejor que yo, si funcionó mejor el pedal de fuzz con o sin overdrive. Yo, en 20 minutos, bastante he hecho porque ya he tocado techo y ahora mismo aquí Loquillo canta aquello de "ahora estoy aquí sentado..." y a mí me apetece salir corriendo y escuchar folclore popular del barrio de Chamberí.
Fast-shit de la buena, lo dicho. Si tienes aún un poco de riego no se lo cuentes a nadie pero apúntate a la tribu de los Paniks que volverás a sentir la misma felicidad que sentías cuando tenías impoluta la inocencia original. Volvamos todos al circo, como niños, que da pánico y del bueno.


Comentarios