Cieno, golosinas, ritmo y panoramas varios



Voy a empezar por el final: hoy. Resaca. Acaban de baldear la calle. La gente camina rápido; el tráfico, lento. Yo me siento dentro de la cafetería y miro por la ventana. Delante tengo el portátil. Dentro, la intención de escribir. Muy muy dentro una pregunta que intento ahogar: ¿por qué? 

No recuerdo ahora a quién se lo escuché, pero a alguien le oí decir hace un tiempo que para analizar (dígale juzgar) un texto (ponle el formato que quieras a la cultura) había que hacerse tres preguntas: ¿qué está haciendo?, ¿cómo lo está haciendo? y, finalmente, ¿qué significa, qué aporta lo que está haciendo y cómo lo está haciendo? No me gustan los dogmas ni los patrones, pero, a veces, viene bien tener un marco teórico. Así que voy e intento aplicarlo en mi trabajo; otras veces, en mi vida. También cuando veo conciertos, pero acabo aplicándolo solo cuando escribo. Y no me gustan nada las respuestas que encuentro. Sin embargo, voy y me siento, me pongo delante del portátil, miro por la ventana, veo cruzar a dos ancianos por el paso de peatones, y tate, me creo que todo es poesía y que tengo la valentía de seguir escribiendo círculos para rodear un centro que no voy a pisar en la vida. 

Te lo explico de otra manera y así hablamos del concierto de ayer que, en realidad, es a lo que veníamos. 

Cambiamos de esquina y nos ponemos donde otras veces está el billar. Txelu me toca el culo y Patxo se acerca para hablar. Me explica cómo el guitarrista está tocando el bombo con un pedal. Luego se va. Al poco, Isa me dice lo mismo. Y le digo que eso me contaba FJLM hace un momento. 

- Hay que tener talento para llevar el ritmo así, le digo. 
Y afirma con la cabeza:
- Tú no serías capaz. 
Y afirmo yo. 
- El del ritmo no está entre tus talentos. 
- Yo no tengo ningún talento, y este menos y es el que más envidio. 
- Sí tienes...

 Y hasta ahí puedo escribir. Pero ya voy a aprovechar y sigo con el ritmo que mejor comprendo, que es el de las palabras escritas:

Antes de esa conversación, cuando estábamos en la esquina contraria, la cantante de los Mud Candies se presentó y confesó sus intenciones cuando explicó que querían pasar "un rato muy dulce". Al final del concierto, después de conseguirlo, pidió lo que se merecían: "Recuérdennos con cariño". Y a buen seguro que se hará. Porque en esta mañana soleada y fresca en el que la gente pasea y otros describen cómo lo ven desde la ventana de un bar, en mi cabeza aún repiquetea el xilófono amarillo como durante décadas a muchos les ha resonado el submarino. Y el eco de un contrabajo que suena a esencia primitiva, a los latidos del infinito, a Symphony Tidwell riéndose de cómo suena mi inglés. La música trae memorias tan dulces como el caramelo, y perdón por la ñoñería y los versos recargados. 

Mud Candies son, ante todo, creo yo que entiendo lo justo, rockabilly acústico que suena a soul y swing y country y rock y suena bien, apoyado en una voz acogedora y cuerdas con las que se podría hacer encaje de bolillos. Tocan el bombo y los platillos con el pie, el xilófono, el ukelele, la turuta y hasta lo que nosotros llamamos un "rallador de queso"; versionean a Dolly Parton y a la cultura cubana; practican deportes de riesgo subiéndose a sus instrumentos; y presentan su "propia cosecha" mientras tienen desparpajo para el diálogo con el público: "Como decía el Cigala, va por ustedes". 

Empezaron con el swing de otros y cantaron el "Quizás, Quizás, Quizás" de Bobby Capó o de Osvaldo Farrés... O de Joe Davis o de Desi Arnaz cuando se convirtió en "Perhaps, Perhaps, Perhaps", que es la que ellos cantaron y que, efectivamente, no es una traducción. Alguien delante mío gritó: "¡Qué buena!" y lo fue. Otro llegó por detrás y le dijo a Javi: "¿Me pones un crianza?" Y Javi se lo puso, en vaso ancho. Justo entonces la cantante usó una metáfora vitivinícola y presentó "Ekaitz" como "la primera de cosecha propia." Y yo sonreí: promete, pensaba, que ésta, la suya, a mi parecer, sea la que mejor ha sonado hasta ahora. Y eso no quiere decir que sus versiones sonaran mal, porque a Dolly Parton la clavaron y el "Girls, Girls, Girls" de Sailor les quedó pintiparado. La chica preguntó si alguien conocía a Sailor porque era "su tema raro" y yo no levanté la mano porque no les conocía. Pero hoy lo he buscado y me he dado cuenta de que era la banda británica de aquel tío noruego del que me habló un extraño norteamericano adicto al pacharán navarro mientras me intentaba explicar que sí que había guitarras de doce cuerdas, las mismas que tocaba Georg Kajanus en Sailor.
 
Y así llegaron hasta el final, cantándole al xilófono amarillo, recordando a M Ward, con y sin Zooey, y a Sallie Ford y a otros que si los menciono quedaría mucho mejor y parecería que entiendo, pero no quiero parecerlo. 

Luego se quedaron por allí y se despidieron con educación, y yo le solté a la cantante una de esas chorradas que a veces los músicos tienen que escuchar y recogen con una sonrisa de circunstancias. Ella también sonrió y yo me arrepentí instantaneamente. Igual que me arrepiento ahora mientras voy escribiendo de todo lo que precisamente escribo, pero sigo, sin remedio. 

Hace poco leía una entrevista a WAS que antes eran We Are Standard y antes Standard donde decían que estaban cansados de que les dijeran aquello de que si fueran de Londres ya estarían recibiendo premios y discos de metales nobles y que ellos no querían ser de Londres si no de Bilbao y que por ello habían decidido dejarlo claro en su último disco. Lo que más me gustó de Mud Candies ayer es que dejaron bien claro que son de cualquier sitio, porque la música es un territorio indefinido, con un terreno acústico bien sólido, que te permite viajar en el tiempo y obviar las fronteras, y ayer ellos lo consiguieron rasgando cuerdas, pisando bombos y cantándole al aire denso del Panorama.

Panorama. Sí, voy a terminar intentando no hablar de mí mismo como siempre hago y como he hecho aquí al principio, que ya da asco, y permitirme un epílogo para darle las gracias a otro hostelero que se atreve a poner camareras que entienden de música y convertir el suelo de su bar en un escenario alternativo. Lo que ocurre en el Panorama, se queda en el Panorama, aunque lo llevemos en la cabeza "con cariño" después de pasar un rato de lo más "dulce". 

Y todo esto lo he escrito sin mencionar a Imelda May... hasta aquí. 

La calle ya esta seca, sigue siendo el tráfico lento y los peatones, rápidos. Yo ya he perdido el ritmo de las palabras escritas así que lo dejo aquí, sin respuestas nuevas a preguntas viejas, pero con la confirmación de que la música nunca va a fallarnos ni faltarnos, que ya es bastante para una mañana de sábado fresca y soleada. Termino por el principio: ayer. Subidón de cieno y caramelo. Ni lo repaso. Le doy a publicar y vuelvo a deambular por la calle tarareando "Charlie". 

  

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