Diablo Cuney




Pues sí, Mudhoney y todo lo que tenía muchos watios y proteínas en los 90. Incluso lo que nos llegaba vía Getxo: Cujo, Inquilino, esas bandas. Y más: la espesura y aspereza australiana. The Drones, por ejemplo. Mucho volumen, mucha distorsión (hasta un dunlop de esos para hacer wah) y un batería que tenía el día bueno, porque anda que no ha atizado con gusto y nervio. También han hecho versiones. El "20th Century Boy" de T. Rex no ha sonado mejor que con Bolan en el 73 porque eso es imposible pero no ha estado nada mal. Y, no sé, poco más. No parece que estos cuatro tíos (cinco a veces, el teclados iba de público a miembro en lo que yo tardaba en darle un buche a la cerveza) empezaran ayer a hacer música. Parece, además, que tienen buenos gustos musicales y que saben deglutirlos para regurgitarlos luego. Y creo que este es, definitivamente, un buen final para la parte seria de esta crónica: con los verbos deglutir y regurgitar me pongo a la altura de la mejor literatura de serie B. Sueno como un maníaco con tendencias suicidas nacido en un pequeño pueblo de Ohio que se marchó a Nueva York soñando con escribir guiones de cine negro y sobrevive como telefonista para el servicio de atención al cliente de una multinacional del sector de la máquina herramienta y escribiendo novelas de cordel con contenido erótico y tramas oscuras que siempre contienen alguna referencia alienígena o supernatural. Solo y sin amigos, cena comida china para llevar y visita algún club de striptease cuando le pagan por un manuscrito. ¿Qué? Eso, que Diablo Cuney no ha estado mal. 

Han tenido público. Más del que yo me esperaba cuando al entrar quedaban ellos probando, un par de chicas, Patxeko y Maribel. Luego ha entrado Brutus y después de él un montón de gente más. Incluida juventud que entraban y salían y vestían, algunos, camisetas serigrafiadas con el nombre del grupo. Eso está bien: cantera siempre va a hacer falta. Por mi parte, yo me he encontrado incómodo. Acostumbrado siempre al fondo, estar delante, tan adelante que hasta el bajista me ha preguntado que qué caña era la suya, no ha sido fácil, pero bueno, he aprovechado para fijarme en chorradas como lo del pedal, que luego lo pongo en la crónica y parece que sé la polla aunque yo no haya tocado más pedales que los de mi vieja Torrot BMX. 

Y fin. No hace falta conocer muy bien este blog para saber que se me está yendo la pinza ya. Lo de la bicicleta y lo del tío de Ohio son amagos, indicios de que ya estoy llegando al final. Han sido, déjame que eche la cuenta, diez crónicas de diez conciertos en los seis días que he (y hemos, muchas gracias por la compañía) salido. Son muchos más los que me he perdido, pero, sinceramente, agradezco que esto pare. Mañana seguro que en el curro me entra un delirium tremens que te cagas y me arrepiento de haber escrito este último párrafo, pero... Yo no sé vosotros, yo estoy cansado de leerme a mí mismo, porque me leo. Termino, me leo, me repaso y paso de volver a empezar de cero aunque en el 99% de las ocasiones es lo que haría. Ya. Me callo. Me queda una entrada, la última, el lazo o el desenlace que dicen los novelistas de Ohio cuando hablan del final culminante de sus crónicas para no dormir. Voy a escribirla ahora mismo que mañana ya me pongo serio y a currar. Gracias a todas las bandas por soportar mis memeces y a Diablo Cuney perdón por ver su nombre mezclado en este galimatías patológico.

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