Cinco por cinco



Creo que se lo dije a E en algún momento de la velada: cinco ya. No son pocos. He sido testigo de cinco proyectos musicales a cargo de Álvaro Brutus. El primero fue Karpenters. No recuerdo el año, pero fue en un local llamado Billy Pool, en algún rincón de Deusto, durante la presentación del libro Tripulantes: Nuevas Aventuras de Vinalia Trippers. La segunda ocasión tuvo lugar en el Sentinel Rock de Erandio. Yo iba a ver a Hipocondríacos del Amor, un proyecto con poco recorrido en el que se embarcó David Mardaras, pero, de paso, me encontré con KKK, o, de otra manera, Kontubernio Kriminal Kósmico. Más recientemente, Brutus apareció con El Palomar por la programación de El Tubo, y también estuvimos allí. El viernes pasado, después de ver a los Flying Ladies en el mismo tugurio, torcimos la esquina sin dudarlo y nos presentamos en el Txo's para asistir a los conciertos de Morraia y L'Ensemble. En algún momento de la velada, se lo dije a E: son cinco ya. Pero no sé si me refería a los proyectos musicales de Álvaro Brutus o a los kalimotxos que llevaba.

Tampoco son tantos, ni los brebajes ni los proyectos, como para inspirarme y entender lo que vi. Es complicado intentar explicar, con mi limitada obsesión por la coherencia y la simetría, con mi humana y humilde levedad que no sabe reconocer lo que se sale de lo proporcionado y establecido, lo que vi en Txo's y lo que vi antes. Tampoco lo tomemos a la tremenda: es música. Con sus propios códigos, con sus propios criterios estéticos, con sus pretensiones, su sistema ontológico, su propia semiótica y sus emociones palpables y efímeras como cualquier otro género o proyecto musical. Amplis, micrófonos y guitarras. La gente que enchufa, canta y rasga las mismas, ya está. Pero, si quieres que te lo diga rápido y sencillo: esto es vanguardista incluso hoy que las vanguardias parecen andar ya por la retaguardia de todo. Es como si Arnold Schoenberg hubiera nacido en Zuazo y creciera jugando kinitos con André Breton mientras en el bar pinchaban "Frankie Teardrop" en bucle.
 
Claro que hubo comentarios sobre Nueva York hace cuarenta años. Si no escuchaste el nombre de la Velvet Underground (qué precioso comodín) por allí es porque te estabas bebiendo la cerveza por el orificio equivocado. Miradas confabuladas. Alguna boca abierta. Vítores aislados. Un público entregado lo mismo que variopinto y fascinado. Había una pareja en pleno proceso de crisis. Gente que iba y venía, que se subía al futbolín lo mismo que se bajaba. Una celosía de mimbre que cerraba la antigua barra y que, por alguna oscura razón, me ponía nervioso cada vez que la veía. El Txo's hace muchos muchos años se llamaba Sherpa y yo poco entraba, pero una nochevieja, acabamos acurrucados junto aquella barra y viví una experiencia de madurez que parecía recordarme aquel encañado. No creo en viajes en el tiempo, por supuesto, y menos si también son en el espacio y tan lejos como al CBGB en los setenta, pero vamos, que estábamos a un paso de la epifanía más psicodélica, eso sí te lo admito.

Morraia, al menos, como sucede con El Palomar, digamos que el proyecto de Brutus más asequible para el espectador medio, tiene un formato y un fondo más común y armonioso: guitarrista con patrones equilibrados, un bajista que se pasa medio concierto dándote la espalda, batería bien prensada, y Brutus a la voz y a las metáforas eléctricas. Las canciones son arrebatadas, instantáneas como el nesquik, y Brutus tiene esa articulación ronca y aguerrida, perfecta para cantarle a las correrías sentimentales de Pablo Picasso y a la manufactura degradable de la cultura moderna. Parecen de otro tiempo y al mismo tiempo de este mismo. L'Ensemble, sin embargo, es un producto dirigido a un consumidor avezado e interesado, con la capacidad de miras que a alguno se nos resiste. La bajista, en esta ocasión, abrió tocando su instrumento con el arco de un violín, mientras Brutus se libraba de ropa y se vestía las TCB Aviator de Elvis Presley para acabar tocando la guitarra con las cuentas de su collar. El percusionista, al fondo, permanece de pie, mientras le pone sentido al acertijo y fundamento al edificio. Pero el edificio es muy barroco, de un barroquismo dadaísta y rockanrolero que exige que quien lo oye esté dispuesto a juzgarlo por parametros que no sirven para compararlo con la dieta musical que habitualmente consumimos.

Me vais a perdonar lo rebuscado y petulante que lo he escrito, pero no he sabido hacerlo de otra manera. Vete tú a saber por qué. Quizás porque son la 1:35 de la mañana, están dando Armageddon y yo no sé muy bien lo que estoy haciendo ni por qué. Los ojos como platos que no tengo sueño y el esteroide cada vez está más cerca. Voy a terminar antes de que me avergüence de haber incluido el nombre de Ben Affleck en esta entrada:

Brutus hace falta, perdona que te lo diga así de bruto. Su fidelidad para con la escena local es digna de admiración y en un pueblo como el nuestro que se cree ciudad su concurso es necesario. Además, qué ostias, ha oído más música y ha visto más conciertos de los que yo seré capaz jamás de imaginar que oigo o veo: irradia energía, una energía peculiar y original que también se desprende en sus conciertos. Puede que un espectador medio como yo, acostumbrado a la estructura de estrofa-estribillo-puente-estrofa-estribillo-coda, al mi-la-si que explicaba Lester Grimes en Vinyl, no sea capaz de disfrutar del todo y con propiedad ni de Karpenters, ni de KKK, ni de El Palomar, ni de Morraia, ni de L'Ensemble, ni de cinco kalimotxos en viernes laboral, pero creo que soy capaz de vislumbrar que hace falta; entre toda la morraya que tragamos, hace falta Morraia y que todo lo que oímos no sea exactamente lo mismo que oímos siempre. Oigamos lo que oigamos, hace falta disonancia, singularidad, estridencia y, sobre todo, gente que haga lo que le salga de los cojones mientras lo hagan creyendo en ello y con convicción.

Luego sí, lo confieso: yo fui de los que abrió la boca y no precisamente para beber del vaso.


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