Yo tuve, tú tuviste, él Tubo



Pasó esto. Que se me jodió el ordenador. Y como estaba en garantía: servicio técnico. El metro a las tres y media de la tarde, que yo no tengo costumbre, porque hace tiempo que emigré al otro lado de Altube para currar. A currar era donde iba la gente en los vagones. O venían. Hasta arriba el vagón y yo tengo la manía de fijarme en la gente. Corriente, como yo. No tan corrientes en la tienda, pleno centro chic del Bilbao más Instagram y franquiciado. Es entrar, y me doy cuenta de que no me he afeitado. Mientras espero, miro hacia abajo y veo lo sucias que están mis zapatillas. Ríete que es mejor que llorar. Ya me llamarán cuando esté arreglado. Voy a tomarme un café pero voy dejando pasar cafeterías: ésta no. Esta tampoco. Ya estoy casi en Santutxu cuando encuentro un bar alicatado, con una película de vaqueros en el televisor y un solo cliente que bosteza mientras pasa hojas del Marca. Éste. Mando WhatsApp a casa. "Yastá. Dime dnd y voy buscaros." La familia también venía a Bilbao, así que quedo con ellos: junto al Arriaga. Terminado el recado, a por otro. Ellas entran a una gran superficie de material deportivo. Yo les digo: "me quedo fuera a fumar." "Ya, ya..." Me contesta I con sorna. La firma francesa que regenta la superficie se instaló en los viejos locales de un cine donde, si te digo la verdad, no recuerdo qué películas vimos, pero sí que formaba parte de nuestros usos y costumbres "de cuando novios". La calle, ahora, es peatonal. Y frente al negocio, hay otro en el que suelo entrar para tardar en salir. Sí, alguno de Bilbao o alrededores lo habrá adivinado desde que escribí "deportivo": hablo de Power Records. Le digo que no con la cabeza mientras voy sacando el cigarro: "No quiero entrar, que no quiero comprar nada." Pero acabaré entrando, por supuesto. Con la niña. Que salió de la tienda con su abuela. Ya no para quieta. Ha subido y bajado los escalones del bar de al lado como unas doscientas veces. Ha corrido detrás de la pelota de otra niña. Me ha cogido la cartera y ordenado el contenido, pero a su manera. Me pone y me quita las gafas. Me quita y me pone las gafas. Dice "aitaaaaa" y luego grita: "No". Rotundo, sin alargar la o. Su madre, dentro, me manda un WhatsApp: "Enseguida salgo". Así que decido entrar yo, pero al negocio de enfrente, porque ya no se me ocurre como entretenerla y estoy hasta los de Espartero de agacharme a recoger a Chase, que si le aprietas el colgante, salen dos apéndices tecnológicos de sus cartucheras. Me la meto en Power Records, que es una frase que entre comillas podría ser un buen título de canción con mucho doble sentido dependiendo del estilo que practique la banda en cuestión. Y salimos a los diez minutos, después de pararla cuando andaba arrancándole pegatinas de oferta a los cedés trasnochados. Para disimular, le pido a Jon Barrasa el libro de Stevie Klasson, que, antes, mientras echaba el cigarro, había visto en el escaparate. Solo les quedaba ése precisamente. Lo coge y me lo trae. Lo mete en una bolsa, le pago y mi hija sale arrastrando la bolsa por toda la tienda hasta que lo saca y se lo enseña a su abuela.

Me lo leí en dos días. Ese mismo fin de semana. No sabía ni que Stevie Klasson había sacado un libro, pero, al tenerlo en casa, dije, voy a echarle un vistazo. A la hora de la siesta, tumbado en el sofá, con la música de fondo de la retransmisión del partido de segunda B en la ETB1, empecé a leerlo. A la mañana siguiente, incapaz de alargar más el sueño, volví al sofá y terminé de leerlo. Cuando lo cerré, pensé: "vaya personaje". Y mientras me preparaba un café, insistí: "jodido que es el rock and roll". Y dejando las cosas en el fregadero, me di cuenta y recordé: "¡Pero si este tío ha tocado en El Tubo!"

Así fue. El 24 de Abril de 2016, si no me confundo. Un domingo por la noche. Por la mañana, hubo guateque con 2lería. Esa misma semana, ya habían tocado The Biffers, llegados desde Burdeos, y al día siguiente, Terral, malagueños. Klasson apareció por el Tubo coincidiendo con los 25 años de la muerte de su amigo y compañero Johnny Thunders y según contaban las crónicas de aquel día, se mostró afable, humilde e ilusionado, completando un repertorio que incluyó canciones propias y versiones. Yo no estuve. Estaba fuera por trabajo, pero que me arrepienta de ello y me lo perdiera, no le quita repercusión al evento. Tener a Stevie Klasson en un bar de tu pueblo, si te gusta el Rock and Roll, es, yo qué sé, como si Jorge Alberto "Mágico" González Barrillas, si te gusta el fútbol, se presenta en tu pachanga entre amigos para enseñarte a regatear. No es una buena comparación, pero sirve. Klasson tiene un currículo como para estamparlo en una camiseta y vestirla los domingos. En I Dreamed I Was a Very Clean Tramp, Richard Hell le menciona cuando habla de la muerte de Johnny Thunders. Y es que a Klasson, que vive en Suecia pero también lo ha hecho en Londres o Nueva York, se le conocía, sobre todo, como guitarrista de Thunders pero también de Hanoi Rocks, Diamond Dogs o sus Black Weeds. Hay mucho más, y en su libro solo se descubre una parte, pero, entre anécdotas, recetas de cocina y de más memorabilia, descubres una de las razones por las que Igor Paskual, que de esto sabe un montón, decía de Klasson que "es uno de los elegidos que tiene el toque viejo y oxidado del rock and roll". Su devoción y conocimiento del instrumento que lleva tantos años tocando supera lo que se puede esperar de un guitarrista normal, por mucho que sea avezado. Los capítulos sobre guitarras vintage y su vida en el negocio son apabullantes. La historia de Peter Green me llevó, como solo consiguen las buenas historias, a buscar más información y enterarme de toda la historia de la mítica guitarra del de Fleetwood Mac que, creo, ahora posee Kirk Hammett de Metallica. No es la mejor anécdota del libro, hay otras más sorprendentes, incluso alguna escatológica, pero, en líneas generales, el libro se lee del tirón, a pesar de ir a saltos, tener una estructura casi inexistente, y basarse en la espontaneidad. Hay faltas de ortografía porque la naturaleza del texto es su franqueza e inmediatez. Son historias que Stevie Klasson sabe contar muy bien y su amigo Staffan Bagge pasó a letra impresa, dejando a Yasmin Spjut la traducción al inglés. En ese camino que va de lo oral a lo escrito, del sueco al inglés, probablemente ya se ha perdido lo suficiente como para preocuparte demasiado sobre la edición. No es algo que moleste, al contrario enriquece el texto, ayudándote a ver a Klasson, con su estética de viejo pirata, contándote cada historia al oído. Me recuerda al Roll Me Up and Smoke Me When I Die de Willie Nelson pero este es muchísimo más divertido. Además, el libro viene acompañado de un disco que se presenta como el álbum de debut de los Black Weeds y le roba el título al libro. Además, y con esto ya termino, acabas comprendiendo que el rock and roll, sí, es una manera de entender la vida, por mucho que, a menudo, no ayude a entenderla. 

Así que fue mi hija, de alguna manera, la que me llevó al libro. Y el libro me llevó a Estocolmo, Londres y Nueva York. Y de allí volví a El Tubo. Hay un momento en el libro que Stevie Klasson confiesa que su lugar favorito para tocar en directo es una gasolinera en la isla sueca de Färo. Kuten's Basin, se llama, y para llegar tienes que coger dos ferrys y cruzar el Mar Báltico. Pero antes de hablar de Kuten's Basin, Klasson explica (y traduzco yo directamente, haciéndome responsable de los posibles errores): "He tocado en los escenarios más legendarios: el Ritz en Nueva York, el Marquee en Londres, Hacienda en Manchester o por todos los garitos de Sunset Strip en Hollywood. He tocado en bodas de aristócratas y en la fiesta de cumpleaños de un conocido presidente de una agrupación motera. He tocado en el Círculo Polar con la banda de blues de Big Walker o con Alison Gordy en varios locales mafiosos del Caribe". Pues también ha tocado en El Tubo. 

Ah, por cierto, una semana después, volví a la tienda pija y recogí mi ordenador. Otra vez con zapatillas sucias y sin afeitar, pero, eso sí, habiendo leído ya a Stevie Klasson lo que me da un prurito que te cagas, tanto que puedo escribir esa palabra y repetirla, prurito, justo antes de pedir un zurito y cerrar esta amena mañana de sábado dedicada a escribir. Fin.

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