Níveos retumbes



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Así, a bote pronto, creo que hace más de quince años, y estoy haciendo un esfuerzo por recordarlo, desde la última vez que la nieve apareció lo suficiente y en el momento oportuno como para que yo la pueda sacar a colación cuando, en realidad, vamos a hablar de música. Estaba en otro país, era otro Holden, salí fuera del garito a echar un cigarro y caían copos del tamaño de hojas de acebo. Qué pedo me pillé aquella noche y volví a salir horas después de aquel sótano sombrío para buscar un taxi, perderme por el barrio, y acabar sentado un buen rato en el banco de un parque abandonado. Con los cuellos del tres cuartos hasta la punta de la nariz, el gorro de lana hundido, viendo la nieve caer sobre la punta de mis zapatos (cuatro veía) me creía el protagonista de una película de Woody Allen, por lo menos.
Hoy también.
Nieve, pedo ninguno.
Por las calles de nuestra casta y ordenada Vitoria, y añado, Gasteiz, caminaba yo hacia El Parral jugando a comer copos al vuelo, porque me moría de hambre, cierto, y así no iba a conseguir saciarme, pero me servía de consuelo. Al vuelo pillé algo para beber, en un bar que me encontré más lleno de lo que, sinceramente, me había esperado; en silencio, salí fuera a fumar. La gente bajaba por el cantón con todo el cuidado y clavando tacón. Cuando volví, ya estaban allí. Aún sin antifaz. Pero pronto se apagaron las luces y dio inicio la función.
El concierto apenas duró una hora y sin darles tiempo a darse la vuelta, me la di yo y volví al frío, que hasta se agradecía. Ya no nevaba. Ni llovía. Hasta el frío parecía haberse acoquinado con la combustión del retumbe. Puse rumbo hacia el hotel, dando un rodeo por si encontraba un sitio abierto donde acabar con la gazuza. Y lo hice, justo enfrente de. Luego túmbate en la cama con las botas puestas. Suelta la tensión. Enciende el televisor para no reconocer la sordidez de esta habitación. Y ya está, aquí lo dejo, porque acabo de darme cuenta de que me queda solo un 3% de batería y esta me la dejé en casa, así que repaso los verbos y los pongo en pretérito perfecto simple y ya sigo mañana desde otra perspectiva y os cuento lo que quería contaros: el concierto en directo de Los Retumbes en el Parral de Vitoria, y añado, Gasteiz.

6 de febrero de 2018


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Digamos, para empezar, que estuve en su estreno, en El Tubo, y escribí sobre ello aquí. Ha pasado poco tiempo y Los Retumbes acaban de empezar, así que todo lo que dije entonces, más o menos, procedería aquí otra vez. Cambió el espacio y con ello la sonoridad. Sonaban más retumbantes, pero extrañamente más crudos, más punkarras, más de Barakaldo, que fue la palabra clave de la noche. Además, tocando a domicilio, se mostraron sin miedo y con soltura, pero algo más de recato quizás sí que hubo. Apesar de algún problema con la lista de canciones que dio pie a uno de esos juegos retóricos, en general, el rollo Pimpinela que les atribuí para el primero aquí estubo más tamizado.
Por lo demás, sonaron las mismas canciones que en su primer concierto, repartiendo instrumentales (algunas con grito de guerra, ¡Comanche! triunfó) en el momento oportuno, pero también alguna nueva, creo, aunque solo lo sospecho. Lo sospecho porque hubo gestos de complicidad entre ellos dos y porque no me sonaban familiares. Dos argumentos de peso, como podéis imaginaros si entendéis el sarcasmo gratuito. 
Hubo homenaje doble, de nuevo, a The Clash, primero con su canción "Joe Strummer", que Andrés presentó con un análisis sesudo sobre el fenómeno fan en la música popular, y, después, con su adaptación, traducción incluida, del "White Riot". Por mucho que diga que la destrozan, a mí no me lo parece, pero yo no soy un buen criterio, porque destrozo mis textos aunque diga que los destrozo. Y entre trozo y trozo, se fue el pastel. Entre canción y canción, Andrés habló de libros de historia, de veranos urbanos, de orgullo local, de la fauna interurbana en los parques públicos y del mundo moderno y la vida rutinaria, en un ejercicio de equilibrismo verbal entre la ironía con retranca y la opinión ácida.
Como decía antes, la palabra clave fue Barakaldo: "somos muy locales", dijeron, y, la verdad, yo que andaba allí, escondido entre el público, ignorante de si había más compatriotas de nuestra república fabril, dejaba escapar una sonrisilla orgullosa cada vez que les oía hablar de ello, porque, es una buena carta de presentación, una relación que congratula. No solo reivindicaron Barakaldo, sus oscuridades y taras, sus parques surrealistas y su cobertura de polvos tóxicos, no solo. Porque, aunque sea por inercia, o sin consciencia, con ese acento en lo local brindan también la posibilidad de arrojar luz y fe en nuestras propias bondades y talentos. Más aún cuando, por cierto, me dio la sensación de que la apuesta triunfó. El Parral es un bar complicado en martes. Mucha gente anda allí porque anda, y se sienta, y habla, haya concierto o no. Así que puedes ver a mucha gente de espaldas, haciendo corro, creando un foro sin que les preocupe la palestra. Pero, al menos, alrededor mío, la gente bailó, incluso, alguno, repetía estribillos que no se sabía pero se esforzaba el chaval, por alegría, y creo que por placer. Eso está bien, triunfar en un martes gélido y hacerlo con Altube de por medio está bien.
Volvieron a sonar muy punks en "Basura", pero no solo ahí. Me recordaron, incluso, en ocasiones, con esas frases sin decoración pero con inmediatez a los Distorsión. En la apertura de "Smartzombie" o "Smart Zombie", a The Knack. Una canción sobre la tecnología y como nos (dopa)mina que creo que tiene un recorrido muy largo y muchas posibilidades. Local e internacional, para una banda reducida a dos, a una guitarra sin abuso de pedaleras y una batería con tres piezas y de pie todo el día (o la noche). Esta vez, me fijé en el truco del meñique sobre el mástil para redondear el juego de los acordes o de los ritmos a machamartillo y a pares sobre los parches, que Ana apenas usa el platillo, y a veces pega tanto la baqueta a la piel que se agacha con los codos abiertos y parece un mimo haciendo de maniquí para dibujo. En la parte vocal, Andrés se mueve con soltura entre el rumor del fondo de la garganta y los falsetes repentinos, como arrepentidos. Cuando se pone en la popa y esgrime la guitarra, se le ve el iris negro por debajo del antifaz y da hasta miedo.
Si esta es la primera crónica mía que lees te dirás, pero pa qué. Si es la primera que me lees hablando de Los Retumbes te dirás, y qué. Sí, no te he dado pistas, no te he descubierto nada. Bueno, pincha aquí, justo donde pone acá, y te llevará a la anterior vez que hable de ellos, igual eso te ayuda. Y, si no, retumba, que yo, como ellos, es lo único que sé hacer: retumbar. 
 
Y sigue nevando, por cierto.

8 de febrero de 2018

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