Capítulo 1: La canción de la luna muerta o por qué tenéis que ir a ver a RF



Anoche nos pasamos por El Tubo y hasta hubo taconeo en el tablao. Juantxo, Konradín y Paco andaban buscando el anillo de compromiso en el televisor, hablamos de Last Fair Deal y de canteranos del Málaga, de las fiestas de Baraka y de Motril de la Frontera. De esto último deberíamos haber hablado porque, como queda comprobado, habría quedado muy bien para que yo cerrara la frase con una rima asonante, exterior e interior, pero no lo hicimos, entre otras cosas, porque Motril de la Frontera no existe. O bien hablas de Motril, o bien de Jerez de la Frontera, o de los kilómetros que las distancian. Creo que ni tan siquiera es asonante porque la sílaba no es acentuada, pero... ¡la ostia, tío!, déjalo ya. Estuvimos en el Tubo ayer y punto y había poca gente porque había poca gente por el pueblo, que eran fiestas en Retuerto, San Ignacio y también lanzaban chupinazo en ese territorio móvil, expansivo e irreal, que llaman operación salida para alegría de la Dirección General de Tráfico y las noticias de Antena 3.  
Antes de marcharnos del único garito del mundo donde puedes encontrar en sus paredes citas arrancadas del periódico a cargo de gente como Iban Zubiaurre o Antonia San Juan, abordé a un DK recuperado pero con necesidad de vacaciones y le pedí que me dejara lo que tuvieran en formato físico de los Dead Moon. 

Yo antes tenía un disco duro en el que había ido guardando toda la mierda que me gusta. Y cuando digo mierda, digo mierda no como atributo malsonante pero sí como metáfora de las adicciones más naturales y sugestivas. Durante años había ido pasando a formato digital mi música preferida gracias a un convertidor de audio, ya obsoletísimo pero fácil de usar (aún lo utilizo), que me pasó, en su día, un informático con el que compartí un cubículo mientras curré de becario para una empresa bilbaína en cuyo salón de reuniones... y hasta ahí puedo leer en lo que compete a esta digresión. Volvamos al hilo: tenía ese disco duro que era para mí como la esmeralda verde para Jack T. Colton (y sigo con mi histórica recopilación de menciones al mejor cine de aventuras), donde me esmeraba en ordenar, clasificar, compilar y disfrutar de un legado digital que esperaba se convirtiera en un archivo sonoro que ni el de Radio 3. Y sí, amig@s, el disco duro se petó y no hubo dios que sacara de allí los audios recuperados. Era un final más previsible que el de Tras el corazón verde, ¿verdad? Desde entonces, y eso ocurrió hace unos cuantos años ya, sigo intentando recuperar aquel afán, pero ya no le he vuelto a poner el mismo cariño. Paso de etiquetar, de guardarlo todo, y, además, he vuelto directamente al vinilo y otros formatos, y solo le doy al mp cuando algo realmente me gusta o quiero escucharlo con detenimiento. Y a los Dead Moon siempre me he detenido a escucharlos con cuidado. Estaban, con toda su discografía, desde 1988 al 2004, incluyendo discos en directo y algún single, en aquel disco duro que, sí, aún guardo en algún cajón del curro, quizás con la inocente y ridícula esperanza de que algún día sane por sí mismo porque los milagros existen y también me va a volver a crecer el pelo. Eran una debilidad. Creo que algún día tendré que autoanalizarme bien para saber por qué: ¿Dead Moon? ¿The Pagans? ¿The Dirtbombs? Oregon, Ohio, Michigan... ¿cómo coño llegaste tú hasta allí? Porque no recuerdo que nadie te llevara y no era tan fácil que tú solito, que no eras tan listo, pasaras de Parabellum o La Polla hasta aquello sin tan siquiera pasar antes por las islas del Brexit. Pero llegué, y Dead Moon se quedó en mi organismo mucho más tiempo de lo que se queda el cannabinoide THC en esos consumidores a los que luego les preocupa que les hagan tests de drogas en el curro los lunes por la mañana. Se quedó aletargado, también es cierto: ahí. De vez en cuando, así como quien está viendo Pasapalabra y de repente se despierta de la siesta instantánea murmurando sed, tengo sed, me ponía el "It's OK" y tiraba para adelante. Ese sonido de local de ensayo, los coros como llegando del fondo de una fosa, casi puedes oír cómo crujen los tornillos de la batería. Las macas, el defecto, lo bello justo debajo de lo feo: he nacido en Barakaldo y he crecido aquí, siempre he agudizado ese tacto igual que otros son capaces de ver la lindura del desierto. 

Llevaba unos meses intentado recuperarlos. Ya tenía algunas pistas en el portátil, pero anoche se me ocurrió pedírselo a DK porque los Dead Moon suelen sonar en el Tubo. Me lo metí en el bolsillo de atrás y me lo traje para casa. Al llegar, empecé a convertirlo mientras volvía a quedarme dormido viendo el segundo capítulo de la segunda temporada de True Detective. Y aquí estoy ahora, las siete y media de la mañana y no hay quien duerma y me pongo a contarlo todo porque se me va la lengua con las teclas y porque quería recuperar una promesa que hice hace un mes y no he cumplido:

Sí, que los Richmond Fontaine vienen a tocar en Octubre al festival BIME, aquí, a la puerta de casa, y dije que os iba a dar la caca cada mes y hasta cada semana para convenceros de que fuerais a verlos y así Willy Vlautin y los suyos se encuentren un buen público en un festival que, la verdad, parece que no les sienta igual de bien que les sientan las camisas de franela a cuadros. Dime tú qué tienen estos en común con PJ Harvey, James Vincent McMorrow o The Divine Comedy, pero bueno, estas cosas pasan en este formato de concierto y, en realidad, digo yo que sí tienen algo en común: la música, pero no quiero ponerme excelente como me suelo poner para desbarrar sobre el alma, el arte y todos esos descartes filosóficos que engordan mis entradas. El caso es que lo prometí y no lo he hecho, y como en Barakaldo somos muy punks (ayer quise comprarme la camiseta de Barakaldo Punk Rock City para ponérmela en el curro en Septiembre pero al Limo ya no le quedaban tallas), voy a empezar por las raíces más cañeras de esta banda que acabaron por progresar hacia otros ritmos y tonalidades, pero aún les queda algo de esos adolescentes que se veían todos los conciertos de los Dead Moon como si cada uno fuera lo mismo que descubrir el sexo y la poesía en una misma noche. Preguntadle al propio Vlautin si podéis, seguro que os dice que los de Portland son una de las bandas que más veces ha visto en directo. Por eso, entre otras cosas, grabaron esta canción que ya no suelen tocar tanto en directo y que hicieron un poco como homenaje: "Song for Dead Moon", que podéis encontrar en Obliteration by Time, el recopilatorio que recoge las mejores canciones de sus primeros dos álbumes, ya imposibles de conseguir. Aquí cuelgo dos videos del youtube, uno de 2007 en Utah, Estados Unidos, y otro en 2011 tocando en Bedford, Gran Bretaña, donde se ve a Willy Vlautin vistiendo camiseta del grupo y hablando al principio de la separación de los Dead Moon y vacilando a Dan Eccles (este no está incrustado en la entrada, solo tenéis el enlace, porque el dueño del vídeo ha desactivado esa opción). Ninguno de los dos tiene un gran sonido, así que, si podéis, id al audio original, que también se encuentra en Postcard from Portland: Live at Dante's, un directo que grabaron en su ciudad, la misma que Dead Moon, una Portland donde, por cierto, en Marzo de este año, muchos sentirían (entre ellos los miembros de Richmond Fontaine, que se acordaron de él en las redes sociales) la muerte de Andrew Loomis, el batería original de los Dead Moon. 

Empiezo por esta y seguiré con más y a ver si a alguno os convenzo, a pesar de que para llegar al vídeo tengáis que pasar por el tormento de leer lo que hice o dejé de hacer la noche anterior. Es literatura, o eso dicen algunos. Yo me callo que bastante he hablado ya.  

Pinchad aquí para ir a youtube y ver el de UK: AQUÍ.



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