Pulpo



Un día me dijo Manu: "Casi haces llorar al Pulpo, ó". Otro día, me lo presentó. Pulpo me tendió la mano y me dijo algo que no recuerdo muy bien, porque, principalmente, eran cosas buenas, y siempre que me dicen algo bueno (algo bueno sobre mí), tiendo a olvidarlo. Nos cruzamos más veces. La última, le recuerdo en la puerta del Cuervo, gritándome "¡Fiasco!", dándome un abrazo y chinchándome porque yo había dicho que no volvería a escribir sobre Porco Bravo.
Hablamos, más largo y reposado, una sola vez. Tocaban en El Parral, en Vitoria-Gasteiz, y yo había alargado la jornada de curro para quedarme en la ciudad e ir a verles. Al llegar, estaban probando sonido. Salí fuera con mi cerveza y luego salió él, encendiéndose un cigarrillo por el camino. Me sonrió, se sentó a mi lado en un portal, y empezamos a hablar, mientras veíamos a Txelu Losa venir y marchar. Él llevó la conversación. Hablamos de lo jodido que es el rock y después ir a currar; o lo jodido que es currar y después ir al rock. Hablamos de su barriga. De la mía. Y hablamos, otra vez, de lo que yo escribo. No recuerdo exactamente lo que me dijo. De verdad, no lo recuerdo, pero lo que nunca olvidaré es que lo dijo. Todo lo que algún día me dijo Pulpo se fue quedando dentro, en un rincón, guardado para cuando me vinieran malos momentos. Solo necesito recordar eso: que, un día, casi le hice llorar; que algo que yo escribí le hizo feliz. Y recordarle a él, porque, además de regalarme muchos riffs, me regaló eso. 

Creo que alguna vez por aquí he escrito que este blog, de alguna manera, comenzó a crecer pegado a los cuartos traseros del jabalí. Las primeras entradas que tuvieron algo más que un par de lectores  tuvieron más porque hablaba de Porco Bravo. Pero el tiempo no pasa en vano. La repetición (de lo que yo escribo más que de lo que ellos cantan) fue haciendo cada día más difícil escribir entradas sobre ellos. Y ellos no paraban, seguían creciendo, tocando, ampliando la piara, y yo me quedaba en mi sitio, con mi tamaño adecuado. Me fui quitando. Además, aunque nunca haya perseguido la objetividad, se hacía difícil hablar de ellos cuando se habían convertido en amigos, en gente a la que quieres. Aún así, volví a escribir, más de una vez, y a inventarme imágenes chorras y metáforas retorcidas para explicar cómo me ponía la piel de gallina su música, en directo tanto o más que en estudio, porque la honradez y autenticidad se notaban en sus canciones. No había filtros ni imposturas. Eso es algo que te agarra del cuello. Incluso, escribí otras cosas para ellos. Recuerdo estar visitando a mi suegro mientras curraba en el frontón de Berriatua y recibir la llamada de Manu porque necesitaban no sé qué texto para no sé el qué. Recuerdo estar en Oporto por trabajo y leer un mensaje de Puro d'Oliva porque querían que les tradujera la canción de Lemmy al inglés. Un día en casa, con la niña ya acostada, tirado en el sofá a medio camino del sueño RAM, me sonaba el teléfono para encontrarme la voz del Pulpo al otro lado: querían algo fresco para la nota de prensa, algo distinto, y me preguntaba si podía echarles un cable. Un par de días después, le mandé cuatro o cinco opciones. Qué hicieron con ello, no lo sé, me da igual. Es gente a la que quieres, el resto no importa.

Sinceramente, no importa una mierda lo que yo escriba aquí. Todas estas entradas, un día, se volatizarán, se esfumarán, como las lágrimas del replicante. Nadie se acordará de una sola palabra de lo que he escrito en todos estos años, pero habrá merecido la pena. Habrá merecido la pena por la gente. Esto no es más que una pequeña parte más de mi vida pero es la parte que me ha traído cerca a gente que si no fuera por lo que escribo, como mucho, nos habríamos cruzado por la calle y saludado con la barbilla. Ha merecido la pena tener la oportunidad de conocer a gente como Pulpo, que necesitaba un segundo para hacerte sentir como si le conocieras hace años. Ha merecido la pena, sí, aunque solo sea porque, una vez, casi le hice llorar. Hoy, él casi me hace llorar a mí. Gracias por todo Pulpo, tío, gracias por regalarme alegría cuando tocabas y un pelín de autoestima cada vez que hablábamos. Aún me queda en la reserva. No se me dan bien las despedidas, y menos cuando la gente se va tan lejos, así que lo dejo aquí, brindando por ti y por todos los Porcos y dándote la razón aunque ya no puedas oírlo: sí, tío, tú eras el rock.


Posdata: Hoy se han colgado muchas fotos, pero yo he querido robarle esta a Jorge Fernández, que es a quien se la he visto publicar (no sé de quién es, si es de otro, también le pido perdón por usarla sin pedir permiso). Tampoco puedo evitar la tentación de terminar diciendo que esto no es un obituario: he terminado hablando más de mí que de él. Pulpo no necesita elegías, y menos mías, que siempre uso muchas palabras cuando, en realidad, hacen falta pocas para decir que era grande y se le echará de menos. 

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